miércoles, 17 de marzo de 2010

Opiniones I

La Explicación No Debida

El lector es juez de la obra que voluntariamente decide abordar, del mismo modo que el hacedor de la misma es quien ejerce su libre facultad de abocarse a una creación que será juzgada dentro de su propio universo de fantasía; mientras que él o ella, el humilde creador o creadora, procederá a sentarse bajo el foco que encandila al acusado a la de espera una sentencia definitiva. La potestad de la que esas personas hacen uso le quitan al evento en sí mismo todo carácter de depredación, acecho, acoso, así como también elimina la posibilidad de que uno de los sujetos caiga bajo la lastimosa denominación de víctima, y señale, mientras, al otro como cruel y despiadado victimario, autor de la desgracia moral en la que ha caído (siempre y cuando, claro está, la imparcialidad de los actores, cuántas veces ajenos el uno del otro, despoje a todo acto de ser violatorio de los derechos de una persona o grupo). Aclarado el punto en el cual podemos partir de la base de que es nuestra voluntad libre la que nos trae día a día al lugar al cual voy a remitirme, a los hechos a los cuales haré referencia, dado que no me atrevería a afirmar los alcances de la misma libertad en un ámbito que no sea tan acotado, puedo comenzar el análisis al que desde hace un tiempo quería dedicarle unas someras palabras.

martes, 9 de marzo de 2010

Ficciones IV

Su Pertenencia

Toda la habitación era un caos. El destrozo evidenciaba las circunstancias, los tristes hechos. Minutos antes, sus manos recibían el finísimo trozo de papel, la cruel invitación. No podía asistir. Él no sería capaz de acudir a presenciar la unión de la persona que amaba con alguien ajeno a ellos. Se habían amado como nunca jamás lo habían hecho, y, creían, como nadie más había amado jamás en el mundo, por eso le era imposible comprender como en una sociedad que se jactaba constantemente de progresista se les prohibía una felicidad que debía ser innegable. Lloró al recordar sus ojos, su mirada sagaz, abrazada ahora por esos repugnantes rizos dorados, ellos, que le habían arrebatado a él el motivo de su vida. Por eso, al leer esas líneas amargas de notificación formal arrojó lejos la silla que lo contenía. Y así comenzó.