tag:blogger.com,1999:blog-37249315857631904022024-03-08T01:17:26.314-08:00*Historias de Dynka*Ficciones y realidades en un espacio que nunca dejará en claro el límite entre ambas. Para los que se atrevan a adentrarse en el laberinto de una mente humana que no es la propia.Dynkahttp://www.blogger.com/profile/17861528219317490192noreply@blogger.comBlogger9125tag:blogger.com,1999:blog-3724931585763190402.post-50799247499801953552011-02-05T20:27:00.000-08:002011-04-23T09:57:01.776-07:00Ficciones VI<div style="color: #ea9999; font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><div class="MsoNormal" style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><b><u><span style="font-size: large;">La vida por una buena razón para morir</span></u></b><br />
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<br />
</div><a name='more'></a></div></div><br />
<div class="MsoNormal" style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;">Exactamente igual que entonces, cuando una camisa manchada de sangre expelía el sucio hedor de la derrota, y los ojos tan cerca del piso, mirando un punto ciego entre las baldosas a centímetros de mi nariz que se estremecía de solo imaginar un próximo impacto, sin tener la fuerza para levantarse y evitarlo. Sus castigos ceremoniales, como una ejecución pública montada para placer de los que moraban los feudos, y llegué incluso a pensarme merecedor de tales escarmientos, pero al menos, vulgar consuelo, no fui el único que entonó la marcha fúnebre de su propio entierro, y ha habido quienes hasta desgarraron sus pulmones en el vaivén de sus estrofas. Las ansias de un acto que medianamente desprendiera estelas de autonomía me llevaron a aplicar esa misma soflama aún cuando fuesen en perjuicio de mi persona, e incluso aunque mi lógica natural repeliera constantemente sus principios. Tremenda la necesidad por expresar la libertad que no tenemos al manifestarse en pro de aquello que nos la quita, la ambición de cortar la propia piel al ver que de forma evidente solo estamos en este mundo para sangrar sobre su superficie y regar así sus páramos estériles, pero ahora no será por la mano de otros, sino a través de nuestro propios dedos que eligen el cuchillo y lo asen por su mango, o tal vez se liberen de las formalidades telenovelezcas y opten por una tijera, un cigarrillo encendido que selle su redondez en nuestra tersa faz, que deje su marca imborrable como un recuerdo de la decisión que tomamos, aquel día en que al fin llevamos a cabo un acto que tenía toda la apariencia de haber surgido exclusivamente de nuestra conciencia. Pero no fue hasta muchos años más tarde que me daría cuenta de que los niños golpeados, o cualquiera que sea víctima de un abuso guarda en su mente el mismo germen que aguarda en las sociedades dormidas de opresión, aunque a tal nivel no se llegue a la autoflagelación, lo cual hace por cierto al asunto de la renuencia a las revoluciones mucho menos asequible al ojo analítico antropológico. No, lo mío era más evidente. Porque estaba vencido, lastimado, adolorido, con la nariz cerca del piso presintiendo el peligro de un nuevo impacto, y aún así no consentía en levantarme. Degustaba un sabor metálico mi boca; mis labios, una humedad viscosa, y mis oídos se cerraban ante el ruido apenas soportable de una garganta enfurecida. Rodaba sobre mí para orientar mis ojos hacia el cielo raso y sentirme así un poco menos indefenso, pero un fuerte estrépito me doblaba en dos a la altura del abdomen y me robaba el aire que había dentro de mi cuerpo. Respiraba con agitación, apoyaba mi mano en la cerámica helada a la cual mi boca goteaba de rojo y lanzaba fuertes e irreproducibles injurias, de esas que sirven a la perfección a los fines calumniosos a los que estaba únicamente dispuesto. Sutil modo de demostrar que aún estaba vivo. Mi voz quebrada flaqueaba su eco entre el sonido de mis nervios palpitantes, las palabras sucias de un niño que sabe que por ellas será severamente aleccionado, pero que de todos modos debe decirlas, porque es todo cuanto puede hacer, incluso aunque deba desistir en breve al darse cuenta que el dolor es apenas soportable. Aún cuando no sea tan niño. Nuestra matriz es una biosfera que aparentemente se desintegraría antes de modificarse. Dogmas puros. Cuando salía a la calle, cuando iba a la escuela, mi rostro era notoriamente serio. El ceño fruncido sobre mis delgadas cejas de infante, el cabello sobre la frente ocultando a medias una cicatriz, la boca ladeada dejando entrever unos dientes pequeños y afilados, irrisoriamente amenazantes. Agradezco haberme dado cuenta, aunque tarde nunca lo es en demasía ante la posibilidad de no despertar jamás a la verdad de los hechos, de que estaba de narices contra el piso, todo el tiempo. De que sangraba dolor y humillación, de que mis músculos resentían el golpe repetido de sus más variadas broncas y mis ojos se secaban de lágrimas de impotencia. Del mismo modo el pueblo debe darse cuenta de que aún la revolución más violenta mitiga el alcance y la dureza de sus medios cuando las personas mismas que la llevan a cabo han nacido en medio de una guerra, son hijos de la fuerza brutal de los designios ajenos, o de la compleja psiquis paternal. La locura engendra locura, o, en el caso menos grave, desesperación casi irracional, la violencia ejercida altera las reglas de juego, la idea peligrosa es la de qué podemos hacer nosotros si nos empezamos a regir con los mismos valores que tienen aquellos que nos transmiten un plexo que en realidad ellos mismos no obedecen, la idea de igualdad es la génesis peligrosa de una lucha que será mal vista, porque quienes las lleven a cabo parecieran estar condenados por la comunidad entera a una vida en la que solo conocerán el sufrimiento. </div><div class="MsoNormal" style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><br />
Dentro del palacio, en la cima de una colina, los reyes bailan en la opulencia, se escuchan sus risas orgiásticas amortiguadas por la gruesa seda de las cortinas rojas que puedo ver desde el otro lado del ventanal, cruzando los jardines amurallados. En las afueras, los hijos de la plebe son mártires de lo que deja la violencia que sufren sus padres, o al menos de eso traté de convencerme cuando fui mayor, cuando me convertí en el hombre solitario y silencioso que provoca pavor en los nuevos niños del reino con solo dejarme ver de cerca, escaseando ya el cabello que pudiera ocultar las marcas de la infancia. Y en la penumbra se hacían añicos mis pensamientos, porque el verdugo tenía esa mirada familiar que me había acompañado, creía, casi toda mi vida, ese tono de voz al que mis oídos estaban acostumbrados, o tal vez era mi imaginación que llenaba los huecos de la realidad con especulaciones fantásticas, mientras el dolor invadía en oleadas mi cuerpo narcotizado. Convertí mi desgracia personal en una lucha de clases, para ocultar la miseria que había dejado el pasado en mi alma, para no tener que enfrentarme todos los días a una realidad más propia de una era medieval que de la modernidad en la que me tocó nacer. La evolución de la humanidad no da explicación lógica a lo que he sufrido, si elijo crear castillos en mis sueños de vigilia es solo un atajo práctico para mitigar el dolor de ver el modo en que la humanidad se traiciona constantemente a sí misma mediante mecanismos que el ilusorio abandono de épocas oscuras supone obsoletos, pero que siguen operando a la perfección entre banquetes reales y el andar silencioso de una parca rondando los poblados aledaños. Desde mi balcón lo veía pasar, no podría huir pero él tampoco. No viviría para recibir sus agradecimientos, y aun si hubiese tenido la esperanza de sobrevivir, jamás hubiese oído más que sentencias condenatorias de los propios liberados. Si alguien debe tomar medidas extremas para hacer justicia, seré quien inmole el espíritu propio, sacando al menos ese provecho de esta alma condenada a una eternidad de descrédito y deshonra. Desde mi puesto de vigía callado y expectante, constantemente al acecho y con los ojos fijos clavados en el musgo que crece en los adoquines de esos muros frívolos que encierran nuestra riqueza material y nuestra esperanza espiritual, desde ese punto inhóspito de la sola conciencia llegué casi sin darme cuenta a las tierras ensangrentadas que olí de cerca, y la vida me pareció un círculo perfecto y sarcástico, como la sonrisa de un acólito del rey con botas impecables y relucientes, sin manchas de lodo, pero con las suelas gastadas. Mis ojos se entrecerraban bajo la luz encandilante de un sol incondicional y gélido de muerte, mi nariz rozaba el suelo que acariciaba con mis manos, la faz de una tierra conocida y lóbrega como la caverna de la que provenía. Entré al calabozo sabiendo que jamás volvería a salir. Jamás volvería a ver la luz de ese sol, el de verdad, el que hacía varias horas que no veía, porque había decidido proceder de noche, y también de noche me atraparon. Sentí el viento de la calle por última vez en mi piel, que aún ajada y roída casi hasta el hueso mismo atizó mis nervios y suspiré. </div><div class="MsoNormal" style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><br />
Por eso no importa ya lo que yo haga, y por eso es que los liberaré de la carga de que pese sobre su conciencia el atentado, pues ya demasiadas cosas pesan sobre la mía como para no tener la certeza de estar haciendo lo correcto, o al menos lo que es esperable. De todos modos, soy el alma pecadora de un cuerpo que en un determinado momento tardío quiso dejar de tolerar el castigo de sus impiedades. Soy el ángel rebelde que desperdició años de pacífica resistencia por un instante de revolución armada, soy el demente sobre el cual todos posan sus miradas y contra quien azotan con su juicio, soy el niño de la nariz contra el piso que gatilló su hombría mientras podía aún saborear la sangre propia entre los labios viscosos, soy el hijo que grita improperios y recibe el hostigamiento del odio de sus progenitores. Soy el fruto de la opresión que fue y será juzgado como el déspota arbitrario de su propio antojo; soy la pasión de las ansias de libertad que valerá mil infiernos, antes que el paraíso de los esclavos, soy el león que empuña el látigo con sus colmillos, aunque reciba un dardo de muerte en mis muslos, arrojados por un cobarde que rehúsa ingresar a mi jaula. Soy la contradicción misma de la maquinaria que me ha engendrado, mi cuerpo mal herido es la génesis de la superación a la que he de llevar a la humanidad; soy la desilusión de quien solía empeñarse en el optimismo de ver surgir la evolución en donde siempre ha habido miserias, soy el premio que llevará la parca a cambio del olvido de cientos de almas que seguirán luchando por un destino ilusorio en este mundo. </div><br />
<b> <span style="font-size: large;"><i>Dynka</i></span></b><br />
(Nadia C. García; Buenos Aires, 5 de Febrero de 2011)<br />
<div class="MsoNormal"><br />
</div>Dynkahttp://www.blogger.com/profile/17861528219317490192noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-3724931585763190402.post-37101323121420994102010-08-08T20:56:00.000-07:002011-12-31T02:24:50.573-08:00Ficciones V<div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><div class="MsoNormal" style="color: #ea9999; font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><b><u><span style="font-size: large;"><span class="Apple-style-span">Relato para una Efigie</span></span></u></b></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: small;"><br />
</span></div><a name='more'></a></div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><span style="font-size: small;">Sos la esperanza de este mundo. El brillo de tu risa impide negarlo, cuando su estrépito queda flotando en el aire como el polen de las mañanas de septiembre, que solo a mí parece producirme una leve molestia, un respirar a destiempo, la inquietud de atreverse a cuestionar lo que de tan perfecto nos es ajeno. O que al menos a mí me produce una sensación de extrañeza, de enfrentar lo desconocido, los labios arqueados y la mirada pura, tan ajeno que me suena en teoría, pero termina por golpearse de lleno con la cálida familiaridad de tu mano en mi hombro. Has nacido para ser estrella, para encandilar y fascinar, para ser siempre quien atente contra la decadencia anímica y la melancolía del entorno; porque el eco profundo y sonoro de tu alegría se contagia y se esparce, y florece más allá de lo que mis ojos jadeantes llegan ver, mi mano pequeña y ajada ya no puede protegerme del sol como en aquellos días de antaño; pero tu piel, oh, tu piel, conservó la suave tersura inocua de un infante, aún cuando has dejado de serlo. Inalcanzable. Y a la vez tan condenadamente accesible, como solo sabe serlo una cortesana de complacencia. </span><span lang="ES-AR" style="font-size: small; line-height: 115%;">Pero el porte es el de un miembro de la realeza, en plena caravana por las calles adoquinadas de una Europa simulada, construida a imagen y semejanza, así, tan gris, pestilente y oscura, recibiendo la adoración de los más humildes pobladores. Yo soy el anciano, aquel que toda ciudad aloja, que a lo lejos te mira, y te puede ver tan cerca, erguido, con la cabeza siempre en alto y mi disfraz, impecable, de armadura. </span><span style="font-size: small;"> Consciente de tu hechizo, pero no por ello capaz de resistirlo. </span><span style="font-size: small;"><span lang="ES-AR" style="line-height: 115%;">Ni de prevenir al vulgo que arroja sus alabanzas, y solo podía soñar que algún día compartirás con ellos tus riquezas, pero junto a ese pan les diste también el alma, esa esperanza de lo que ya, sin poseerlo, era suyo, era de todos</span>. Y yo soy una ciega, una mendiga ciega y fervorosa, que cree fielmente y con firmeza que conmigo has compartido algo más que migajas de harina y agua. Pero yo casi no te aclamo. Mis nervios laten ante tu presencia y luchan por dejar salir una manifestación física de lo que en mí provocás, de la excitante pasión que desata tu mirada, pero sé que mi semblante altivo pretenderá por momentos no dar cuenta de mi propia bajeza, de los restos de mi moral mancillada y sucia, corrompida antes de tiempo por el espanto de la raza humana, por la desgracia de haberte conocido tarde, por el infortunio de que no llegues a verme realmente jamás. Una manada de ratas que se abalanza sobre tu carruaje, un ejército de dragones que te defienden a capa, espada y fuego, mucho fuego para purgar tanto horror que surge del irreverente atrevimiento, </span><span lang="ES-AR" style="font-size: small; line-height: 115%;">de los ripios de esta tierra ardiendo en llamas, vestigios de nuestro memorable paraíso decenal</span><span style="font-size: small;">. Siento que soy la única que pudo dar cuenta de los hechos y sin embargo me resigné a no tener nunca un séquito que me defienda, una escolta que me ayude, un pueblo que me aplauda, un amigo que me abrigue. Solo me queda tu mano en el hombro, la cálida familiaridad que es parte de tu ritual social, un recuerdo que no dejo ir, la posibilidad de un futuro del que reniego. Prefiero seguir aquí, siendo la vagabunda de las calles asoladas con tu voz, he llegado a sentirme bien así, de este modo, siendo la escoria de este mundo, siendo el olvido último del universo que marchita su existencia en mis manos ajadas, siendo el paño en el que las madres desconsoladas rompen en llanto, apretando mis ropas entre sus dedos, con la nariz pegada a mi hombro en espasmos de consternación y sufrimiento, aunque en vos busquen algo más que consuelo, escudriñen tu imagen de ángel buscando un poco de luz divina, creyendo que la han encontrado, que se llevan un poco de alivio para sus refugios, sus oscuras madrigueras en las que reluce una iconografía con tu rostro perfecto y tus ojos limpios de la basura que todos ellos han venido a dejar en mí, en los harapos que pesan sobre mis hombros. Soy la estupidez con que todo ser humano no puede evitar obrar, soy la torpeza de los jóvenes, y la mirada siniestra de los ancianos, soy la filosofía que jamás podrá manifestarse útilmente sobre la tierra, soy una mente errante encerrada en el cuerpo de una mujer idiota que solo supo envejecer en la desesperación de mirar como a su alrededor el mundo se caía a pedazos, mientras que algunas pocas personas como vos se llevaban las alabanzas de los que quedarían atrapados bajo los escombros de la tribulación que alguna vez fue la ciudad; al final del camino, al borde de nuestras vidas, a punto de caer, si es que vos vas a caer, si es que de eso no pueden salvarte los reptiles uniformados y a caballo que te custodian siempre, si se desploma el amparo sobrenatural que vigila tu gracia para que no se deshaga, y que con ella que no se caiga al precipicio el carruaje real, siento que vos sos la revolución, pero una revolución de rosas, y yo, yo soy apenas una hoja de papel, temblando con la brisa más leve, cobardemente en un rincón, ese papel sobre el que alguien escribió las palabras para sublevarse, las frases que leyeron todos, pero que pocos se atreverán a recordar, aunque muchos memoricen sus sílabas. Soy lo que alguna vez pudo ser, el recuerdo de un potencial verdadero, pero desperdiciado, lanzado al olvido de esos libros que nadie leerá jamás, que van a arder con el mismo fuego con que tus dragones purifiquen el planeta, aunque incineren parte de nosotros en el proceso, la hoguera que expíe nuestro pecado, y tu piel hermosa, blanca, sin dudas, casi transparente refleje los destellos de la depuración sagrada. Y mi nombre será mencionado como un cuento, una leyenda absurda, o una parábola en la que nadie cree, y vos, serás la estatua inmortal de los tiempos venideros. Porque nada importará más que esa etérea perpetuidad que inmole tu belleza erguida eternamente en medio del pueblo, aunque las ratas comiencen a extinguirse, lo harán a la luz de tus ojos de piedra, tan parecidos a los que un día me miraron de soslayo desde la caravana de lisonjas, de rosas y fuego, de dragones y espadas, pero infinitamente más fríos. </span></div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><i><br />
</i></div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><i><b><span style="font-size: large;">Dynka</span></b></i></div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><i>(Nadia C. García; Buenos Aires, 9 de Agosto de 2010)</i></div>Dynkahttp://www.blogger.com/profile/17861528219317490192noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-3724931585763190402.post-53812505893948333822010-07-06T13:51:00.000-07:002011-02-05T20:38:03.633-08:00Ficciones V<div class="MsoNormal"><link href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CDynka%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtmlclip1%5C01%5Cclip_filelist.xml" rel="File-List"></link><link href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CDynka%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtmlclip1%5C01%5Cclip_themedata.thmx" rel="themeData"></link><link href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CDynka%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtmlclip1%5C01%5Cclip_colorschememapping.xml" rel="colorSchemeMapping"></link> <m:smallfrac m:val="off"> <m:dispdef> <m:lmargin m:val="0"> <m:rmargin m:val="0"> <m:defjc m:val="centerGroup"> <m:wrapindent m:val="1440"> <m:intlim m:val="subSup"> <m:narylim m:val="undOvr"> </m:narylim></m:intlim> </m:wrapindent><style>
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</span></div><a name='more'></a><div class="MsoNormal"></div><div class="MsoNormal" style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><span style="font-size: small;">Pobre de aquel que deba esperar que alguien de su vida por él, impotente de saber que algún día, invariablemente, vendrán a buscarlo, para no verlo nunca más, para no verse nunca más ni volver a existir como lo que alguna vez fue. </span><br />
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<span style="font-size: small;"> </span><span style="font-size: small;">Ella toma el cuchillo, el mismo que usaría con ganas para cortarse la cara en varios pedazos, y lo amenaza, le acerca la hoja plateada y brillante a la boca y le dice que va a matarlo, piensa en ella misma con la piel hecha jirones sobre un mar de sangre oscura y lo amenaza, pero en el fondo no piensa sino en ella, y en las ganas que le da ese cuchillo de cortarse la cara. Y cada vez que lo mire, se acordará de su piel ultrajada, de su rostro muerto, o tal vez, y solo tal vez, con más vida que nunca, porque estará entonces sobre un mar de sangre, y él seguirá con su rostro intacto, y todo intacto él la mira llevarse el cuchillo muy cerca de la cara y hundir la punta en la mejilla, pero no va a sangrar, porque será incapaz de perpetrar su fantasía, por lo que el mar de sangre impura bajo sus pies y su rostro hecho jirones no es más que una utopía. </span></div><div class="MsoNormal" style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><span style="font-size: small;">Casi cualquier defecto se tornaría repentinamente insignificante al lado del suyo, ahora ella ha perdido la razón y la fantasía es un recuerdo, pero no uno corriente, sino un recuerdo de algo que ella cree real. El viciado mar de sangre se disolvió con el tiempo, ahora si no fuese por su memoria no le quedaría nada, menos que la nada, cosas que preferiría olvidar, como aquella otra evocación real, la de su mano amenazando a alguien a quien jamás lastimaría en realidad. </span></div><div class="MsoNormal" style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><span style="font-size: small;">Yo llegué justo cuando ella estaba sosteniendo el cuchillo con la punta en su mejilla, y él, sentado en una silla y con el rostro como jamás había yo visto, trataba de hablarme, solo a través de sus ojos. No estaba atado ni amordazado, pero parecía que solo podía comunicarse por medio de la mirada, un mensaje cifrado entre parpadeos. Además, tuve la escalofriante sensación de que fue un pedido de ayuda transmitido mentalmente lo que me había llevado hasta su casa. Yo sabía muy poco de ellos; ella, cabello negro, rasgos orientales, casi no hablaba, ojillos maliciosos y atormentados; él, ojos pardos, sonreía a veces con una pureza difícil de describir con palabras, emanando una indefensa candidez que rara vez había visto yo en adultos. Me tomé la libertad de entrar porque la puerta entreabierta y la extraña conexión que ya he mencionado entre él y yo incitaron la curiosidad de quien hubiera recibido fascinada el regalo de su sonrisa al topármelo en el pasillo. Al verme, ella fue a la cocina, diciéndome que me sentara y la esperase. Permanecí inmóvil, sabiendo que sería juzgada como una intrusa, y medida con los estándares con los que las esposas que con tal recelo cautivan su propia existencia misteriosa, miden a sus vecinas. Él, todavía en la silla, pálido, sin salir de ese estado que oscila entre el terror y la excitación paralizante. Me acerqué, lo interrogué, si estaba bien, si necesitaba ayuda, qué había pasado. Esperaba que, con la fingida amabilidad que rechaza la preocupación ajena, me dijese que no había problema mayor, que lo que yo había visto, su mujer con un cuchillo, su actitud amenazante, el pánico que lo dominaba, no eran más que una ilusión. Pero en lugar de eso, su mano muy blanca se aferró a la mía y me susurró que tenía miedo, sus ojos suplicantes buscaron en los míos la piedad que no encontró en los de ella, mi mano como un ancla que lo aferraba débilmente a la salvación, manteniéndolo apenas en este mundo. Sentí que si lo soltaba, si lo abandonaba, él se iba a morir allí, a desvanecerse en esa misma silla, dejando de existir para ambas. Me estremecí ante esa idea. Desde la otra habitación, ella, su mujer, tan actriz, tan falsa e irreal, me dijo con una voz casi melodiosa que me atendería en un minuto. No sé por qué pensó que ella era el motivo de mi visita, puesto que no lo era, los fundamentos no existieron jamás en esta historia, mi presencia allí no tenía sentido, era como si una fuerza extraña e incomprensible me hubiese atraído hasta la puerta de su hogar. Pero no podía decirle eso, así que, como era de esperarse, no dije absolutamente nada. A decir verdad, no podía articular palabra ante esos ojos penetrantes, mirándome tan de cerca y con tanta necesidad, esos hermosos ojos pardos. Una lágrima que se desprendía de ellos y mi mano que la atrapaba justo a tiempo. Todavía no salía de mi asombro. Yo los creía tan felices, tan perfectos y exquisitamente destinados el uno para el otro, que parecía un error, una burla cruel del destino verlos juntos. Esa impresión me asediaba desde que los ví mudarse al departamento contiguo, proporcionándome el deseo recurrente de acabar con tanta ostentosa prosperidad, de robar un trozo de algarabía para traerlo a mi propia oscuridad circundante. </span></div><div class="MsoNormal" style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><span style="font-size: small;">Los hechos posteriores se sucedieron como en un sueño, incluso en muchas ocasiones tuve la sensación de haberme quedado dormida, y todavía me despierto a la madrugada creyendo que nada fue real, que nada de esto existió jamás. Desde que lo ví, él fue todo para mí, pero bastó conocerlo para darme cuenta de que en realidad no era nada, no existía siquiera por sí mismo. Era un títere, menos que eso, era espuma, sus manos tan ligeras, su piel nívea, tan efímero como la espuma, podía escurrirse entre los dedos y desaparecer, y a la vez necesitaba de ese sostén que lo mantuviese en pie, para que un soplido del viento no lo obligase a deshacerse en cientos de partículas blancas. Era un fantasma, su existencia solo cobraba importancia si alguien lo veía, como lo vi yo ese día, el primero, dándole vida al espectro dormido por tanto tiempo. Ellos se habían conocido en París, hacia ya diez años, una década entera para él en la cripta, inexistente e invisible. Diez años muerto y silencioso, hasta que se cruzó conmigo, que vivía en el departamento de al lado al que ellos se mudaron. Cada vez que él desaparecía, ella lo buscaba insistentemente por donde le era posible, llamando incluso a mi puerta, pero sin buscar jamás dentro de su mente errática y engañosa. Él me contó una vez que luego de esos episodios de persecución, culminantes con su aparición, ella lo amenazaba, se llevaba la hoja plateada a la mejilla y decía que iba a cortarse la piel en cientos de pedazos. Con cada amenaza se suscitaba en él el deseo de que ella consumase de una vez por todas su recurrente quimera, para que definitivamente su faz se volviese invisible, y esa fría impavidez se esfumase de su vida, desapareciendo entonces el incierto problema de ser una marioneta a merced de dos titiriteros, uno de los cuales, secreto inconfesable, era yo. </span></div><div class="MsoNormal" style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><span style="font-size: small;">Pero el tiempo pasaba y lo único que sucedía en esa rutina era el golpe autoritario de ella en mi puerta, buscándolo a él con desesperación, de mi boca una catarata de mentiras como jamás imagine, y él escondiéndose en mi casa, en mis sábanas, en mí misma, y en todo aquello que pudiera hacerle olvidar por un instante que ella estaba allí, con solo una pared de por medio, y buscándolo. Hasta que un día, ella decidió liberarnos sutilmente del problema. Él golpeó mi puerta, y me dijo que finalmente había sucedido. Asustada, procedí a examinarlo, pero afortunadamente, pensé, el daño se lo habría hecho a ella misma. Se sentó al borde de la cama con esa expresión lívida y sacudió la cabeza. “Ella no ha hecho nada”. Su voz tenía algo de mortuorio, parecía contradecir su propia afirmación. Supongo que a veces algunas personas pueden provocar más en nosotros no haciendo nada, decirnos más de lo que las palabras escasas que oímos parecieran estar destinadas a transmitir. En efecto, ella estaba intacta, viva; nunca pude averiguar si había fingido ejecutar su alucinación o si la misma había tenido lugar solo en su mente. Lo cierto es que estaba convencida de que sí había sucedido, de que realmente se había atrevido a llevarse el cuchillo a la cara y se había rasgado el rostro que ahora yacía sobre ese mar de sangre impura, que su piel en pedazos deformaba la faz de lo que alguna vez fue. Sin haber perdido la vida, se había despojado a sí misma de la cordura, como si enloquecer pudiese obedecer a la voluntad de una persona, y ahora se encuentra recluida en el escaso espacio de una habitación de hospital, con los muros suaves y acolchonados, blancos como la espuma. En estos últimos días, él ha decidido hacerle una visita. Me negué a acompañarlo, demasiado riesgoso teniendo en cuenta que tengo la teoría de que en realidad jamás deseó ella lastimarlo, ya que de ser así lo hubiese hecho, y tampoco deseaba ultrajarse a sí misma, sino que de algún modo toda esa violencia estaba dirigida hacia mí, era yo quien debía recibir esos golpes de cuchillo. “Está igual que la última vez que la ví”. En ese momento, al oír su voz lastimosa quebrarse entre tantos recuerdos dolorosos, volvió a inspirarme lástima, volví a sentir que era un ser que se hallaba indefenso en un mundo tan cruel y despiadado como el nuestro, y que necesitaba de mi ayuda. La sensación duró poco. Con ella ausente me era difícil mantener esa creencia de que él era inocente de ser un títere manejado a puro antojo ajeno. Empecé a no soportar verlo reir con su infantil ternura, empecé a desear que se volviese real, y no un fantasma sin alma, o sin cuerpo, la más extravagante y paradójica creación de la naturaleza, una figura corpórea pero sin voz ni voluntad, la nada más absoluta extendiéndose tras sus ojos. Él estaba vacío, y yo, que acababa de darme cuenta de ello, tuve miedo de que me vaciase a mí también, de transformarnos en dos seres carentes de vida, dos espíritus condenados a deambular con estúpidas sonrisas en sus rostros inexpresivos. Pero nada de esto había yo sentido antes de que ella desapareciese de la vida de ambos. </span></div><div class="MsoNormal" style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><span style="font-size: small;">¿Sería entonces ella quien mantenía vivo al espíritu? ¿El temor que despertaba era acaso el único rasgo real que él había alguna vez poseído, como un único atisbo de humanidad? En efecto, la última expresión que había visto en él, en su rostro, en sus ojos, era el miedo de la última vez que habló de ella. Luego, nada más que su mirada vacua, y su etérea sonrisa. </span></div><div class="MsoNormal" style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><span style="font-size: small;">Con el tiempo, ambos simulamos haberla olvidado, pero al menos yo no pude hacerlo. Mientras escribo me doy cuenta de que no es tan difícil verlo un día, en París o en Buenos Aires, y pensar que no es más que una víctima, un niño de espuma, pero en el sentido más noble de la palabra, que sería maravilloso liberarlo de las cadenas que lo mantienen preso en las infelices cárceles del olvido. Él está sentado en frente mío, tan pacífico, me mira de a ratos con sus ojos pardos, tan vacíos y lejanos, es la frágil figura espectral de un ser humano que no existe sino por mí, que no está allí, en esa silla, en el momento en que mis ojos se fijan en un punto distinto. Me devuelve la mirada con dulzura y me hace odiarlo, aborrezco su sonrisa débil en el rostro de porcelana. El papel en el que escribo luce impecable y me recuerda a él, la pluma sangra expulsando su vómito azul, afuera hace tanto frío, y sería tan fácil, sí, esa es la palabra justa, exactamente, sería fácil acercar la pluma a su piel y cortarla en cientos de pedazos, o sería aún más gratificante, e igualmente sencillo, acercarla a mi propio rostro, a mis manos y a mi pecho, y rasgar de a poco mi propia piel, morir lentamente frente a él que agoniza, que sea consciente de que yo lo maté, y de que también yo voy a morir, o quizás, perpetrar solo su asesinato, quitarle la vida de a poco, de todos modos parece que hubiese dejado de vivir hace tiempo, se parece más a cuando lo conocí, con ese aire tan distante, seguramente a ella también la miró así antes de que empezara a amenazarlo y de terminar enloqueciendo, o de empezar a enloquecer a su lado, él siempre cuerdo y precavido, un títere a merced de aquellos que caímos en la trampa de la infelicidad que vimos en sus pupilas. Él, con su increíble capacidad de aflorar las peores cualidades de un ser humano, tan vacío, lejano, sonriente, habiéndome demostrado tantas veces el temor que le tenía a ella, ignora el poder de su gesto bondadoso, capaz de enloquecer hasta convertir en realidad la peor de las pesadillas, responsable de atrocidades que tuvieron lugar en la mente, solo en la imaginación, de quienes lo rodearon. </span></div><div class="MsoNormal" style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><span style="font-size: small;">Tengo la certeza de que solo se vuelve real cuando abro los ojos, y por algún motivo me rehuso a cerrarlos, no soy capaz de concebir la idea de que él desaparezca, ahora que sí está aquí, ahora que yo podría acercarme a él y acabar con todo esto de una vez por todas, eso es lo que voy a hacer, no le quedará vida para reir, o a mí no me quedará vida para verlo, cómo tomar esa difícil decisión, como saltear un obstáculo tan grande si él no deja de mirarme y sonreir, con su cara tan vacía, inexpresiva, no me costaría creer en este momento que él es inexistente, que ella y yo somos víctimas de la demencia, pero algunos recuerdos son tan vívidos, memorias de algo que no es ni forzosamente físico, porque lo que nuestros sentidos perciben es algo tan precario que podría desvanecerse con un soplido, como una montaña de espuma entre las manos, la vista puede ser fácilmente engañada por la complejidad, o incluso por la sencillez de nuestra mente, y el tacto es aún más vulnerable, tal vez ella y yo somos las indefensas, y la marioneta que creíamos desvalida resulta ser nada menos que el detonante de la temible guerra en la que probablemente ambas hayamos caído derrotadas. Si el límite que separa la sensatez de la paranoia es tan delgado y se esfuma paulatinamente casi sin dejar rastros de lucidez que permitan descubrir con acierto lo innegable de lo ficticio, cómo saber entonces quién de los dos es más abstracto, si es él o si soy yo. La gelidez del paisaje que atraviesa la ventana atrapa en su gris existencia la esencia de nuestras vidas, que cada día, en el calor de mi habitación, se abren paso entre la desesperanza. La ciudad fría e indiferente parece un inmenso reflejo de nosotros mismos, con tanta muerte y locura en cada milímetro suyo. Por mis manos se escurre un líquido espeso y abundante, ignoro lo que hice, o si hice algo, pero su rostro afable y melancólico se empieza a deformar, y una mueca de horror desdibuja su sonrisa. Estoy muy cerca de él y comienzo a reirme de lo que ahora creo ver con claridad, de su imagen frente a mis ojos por los que alguna vez se vio cordura; acaricio con mis dedos el rostro ilusorio y luego el mío, pero ya no sé cuál es cuál, cuál existencia es realmente verídica si ambas son a la vez tangibles para mí. Yo no quiero ser como ella, pero de eso me olvido un poco. De mis dedos cae al suelo ese líquido, yo no sé si es azul o si es rojo, pero él parece saberlo, y me acaricia con lástima, aunque todo puede ser consecuencia de mi extraña forma de actuar, no tengo por qué pensar que alguien ha salido lastimado, después de todo, aún no distingo el color del líquido que va formando un mar en el suelo, aquí bajo mis pies, rojo o azul, los colores no son para mí más que un monocroma de recuerdo inútiles, que dejan de todos modos de tener importancia, porque él ya no sonríe, y cómo desearía volver a ver esa mueca. </span></div><div class="MsoNormal" style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><span style="font-size: large;"><b><i>Dynka<o:p></o:p></i></b></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"><span style="font-size: small;"><br style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;" /></span> <i><span style="font-size: small;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">(Nadia C. García ; Buenos Aires, Junio 2006)</span></span><o:p></o:p></i></span></div><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"><i><o:p></o:p></i></span>Dynkahttp://www.blogger.com/profile/17861528219317490192noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-3724931585763190402.post-62756426986639569152010-04-14T20:07:00.000-07:002011-12-06T21:25:51.605-08:00Opiniones II<div style="color: #ea9999; font-family: "Trebuchet MS",sans-serif; text-align: center;"><b><u><span style="font-size: large;"><span class="Apple-style-span">La Lucha, el Derecho y el Arte</span></span></u></b></div><br />
<div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;">Informe.<br />
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</div><a name='more'></a><br />
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<div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;">Luego de haber atravesado la primera etapa (...) se ha podido arribar a una serie de conclusiones que jugarían el papel de factores comunes reiterados en los trabajos de campo y entregas.</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><br />
</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;">El primero de ellos es el modo de expresar la disconformidad social por parte de determinados grupos, la lucha que se da entre los mismos por imponer una visión particular al resto, algo que ya se notó en el primero de los trabajos, al manifestar el hombre estos deseos en el arte, sus ansias de liberarse de los modelos impuestos externamente por aquellos que por distintos motivos detentan el poder. Más precisamente, se evidenció (...) el hecho de que históricamente, se menospreció la expresión artística proveniente del “nuevo continente” partiendo de la propia idea que tenía la sociedad colonizadora del arte y el progreso, que era en este caso quien imponía los parámetros, lo que constituye una muestra de la falacia de “petición de principio”; pero al detenernos a analizar ambos grupos vemos que no hay ni superación ni acumulación sino dos paradigmas diferentes. En esto se hace presente la idea de inconmensurabilidad de las teorías: Las diferencias en sus mitologías, formas de organización, costumbres, hacen que la realidad de un grupo difícilmente sea comprendida con plenitud por el otro, y siempre restará algún elemento que apreciado desde otra cultura no se podrá explicar en su totalidad. Tanto la teoría como la cruenta práctica nos explican que en estos casos lo que prevalecerá siempre es la ideología en tanto impondrá los valores que empezarán a regir cuando uno de los bandos de por terminada la lucha y ejerzan un dominio pleno sobre los demás; a lo cual podemos adicionar que lo que determinará el triunfo de los unos sobre los otros será en última instancia, especialmente en el caso expuesto (…), un mero desarrollo bélico, detalle no menor que otorgará la ventaja. Sin embargo, no es allí donde termina la batalla sino donde empezará el difícil camino de la resistencia. El arte será una de las armas a través de las cuales el hombre comunique a sus pares su concepción de la realidad y transmita este ideal tan característico de la posmodernidad que es la ruptura del ser con los convencionalismos, con todo lo que precedentemente se venía aceptando como válido. Esto, consecuentemente, forma parte de la evolución del pensamiento, del abandono que hace la sociedad de una doctrina, para reemplazarla por otra concepción nueva, dentro de lo cual debemos recordar que del mismo modo que dos teorías distintas serán imposibles de medirse bajo una regla común, por lo que tenemos un fenómeno inverso, que permite apreciar la convivencia de vestigios de diversas corrientes, lo que actualmente nos provee de una pluralidad jurídica que acepta y rechaza preceptos de todas las maneras de concebir los derechos del hombre: así, sus ideales y valores éticos, el de justicia por ejemplo, progresivamente se van transformando, y el Derecho pasa de ser un instrumento para quitarle el poder real a los monarcas, cuando se lo consideró extralimitado en sus funciones, a ser una corriente dedicada a minar las bases de su propio surgimiento, al laicizarse y hacer una refutación a la concepción teocrática del poder y el fundamento de legitimidad basado en la soberanía popular. En nuestro país en particular vimos la prueba histórica de cómo ha operado la tendencia positivista en el ámbito intelectual y jurídico, reemplazando los dictámenes eclesiásticos por normativas humanas (y que, a diferencia de las primeras, se reconocen como tales), se palpa lo racional y científico, la aparición de la iluminación, en centros intelectuales, en la misma Manzana de las Luces, no sin intención bautizada de tal modo en un rincón estratégico de Buenos Aires, y otras tantas instituciones empeñadas en demostrar el llamado “avance” del pensamiento. Lo que es válido es ahora lo que los hombres dictaminen en un acuerdo social colectivo que represente la moral de la mayoría de los integrantes de la comunidad, y, aparentemente, desplazará el ordenamiento coactivo de un grupo con el poder de gobernar. En otras partes del mundo, esto tiene un matiz completamente diferente, así es como tenemos en España un símbolo del Absolutismo como parámetro y cuna del arte, que lejos de devenir únicamente en centro cultural sigue cumpliendo su función de albergar a quien es en ese país la máxima autoridad normativa, aunque no gubernamental; por supuesto que esto obedece a las necesidades de una sociedad con una axiología muy distinta a la nuestra, con otro surgimiento, otra historia y otros sujetos. Como uno de los cambios que en este sentido implementó la escuela positivista, tenemos que la razón pura de Kelsen aumenta o acentúa la participación popular, al involucrar el idealismo social su carácter inclusivo (por la ya mencionada implicancia de las reglas dictadas socialmente, basándose en una cuerdo común), y la normativa en primer plano funciona como igualadora de los ciudadanos al introducir la idea revolucionaria de que todos y cada uno de ellos, desde el más simple habitante hasta el más alto comandante en jefe, estén sometidos a ella y a su poder coactivo. </div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><br />
</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;">Una contradicción con lo dicho hasta aquí se hará notar al indagar los orígenes de nuestra Biblioteca Nacional, puesto que vemos que la materialización de todo este proceso que prima lo intelectual se verá relegado en proyectos que harán de esto un beneficio común. Más allá de cuál sea el ideal social, el acuerdo de los hombres y mujeres que integran una sociedad, e incluso trascendiendo los móviles ideológicos contemporáneos, hallaremos siempre los fines económicos y la consolidación de los privilegios de una elite que usaba la ilustración como método para emanciparse a sí mismos y colocarse por encima del resto de la población, separando una vez más en nuestra historia la civilización de la barbarie. La recriminación no es excluyentemente hacia los dirigentes de nuestro país, en tanto paralelamente se desarrolló (aunque varios siglos antes) la historia de la Biblioteca Nacional de Madrid. </div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><br />
</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;">Aparecerá el realismo, encabezado por Holmes, definiéndonos a un hombre que actuará por pura conveniencia y meticuloso cálculo a priori de sus acciones, para tomar las decisiones del modo que finalmente crea correcto. Parece ciertamente ser este tipo de hombre utilitario a sus propios fines egoístas el que opero en situaciones como la mencionada en el párrafo precedente. Por supuesto, este autor se sitúa dentro de su propio contexto, inmerso en el sistema del common law, pero vemos sin embargo como podemos aplicar su teoría a nuestro análisis sin perjuicio del mismo. Y basándonos en todo lo expresado hasta ahora podemos agregar a su teoría de la experiencia como cimiento del Derecho, la innegable influencia del entorno, de la época y la realidad propia de cada uno de los sujetos que lleva en sí mismo el cambio.</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><br />
</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;">Por otra parte, este último tema abordado, el del realismo jurídico, se opone en su sentido pragmático a mucho de lo que veníamos afirmando hasta el momento, al restringir la práctica del Derecho a la actividad de los juristas profesionales en horas laborales, quitándole al mismo ese carácter de “herramienta de la justicia” que le adjudicábamos, con el claro objetivo de masificarlo y hacerlo asequible a tantas personas como fuese posible. Esta idea sería un retroceso al circunscribir la idea de acceder a los métodos de manifestarse de esa equidad buscada por la mayoría de las personas, a lo cual solo puedo adicionar que mi experiencia obtenida en el curso de estos trabajos me arroja otra conclusión: la de que realmente el Derecho no es patrimonio de unos pocos letrados con el monopolio de la reglamentación del comportamiento, sino que está más al alcance de personas que nada tienen que ver con la práctica legislativa, judicial y litigante de lo que los realistas estuvieron dispuestos a admitir en su teoría. Si algo hace que parte de la población esté totalmente excluida del conocimiento acerca de los modos de operar del mismo es únicamente por falta de información, por los factores ya mencionados anteriormente que hacen que tantas personas dirigentes no actúen con fines altruistas de promover un bien común, vistos como tales realistas pragmáticos; lo cual hace que este razonamiento tenga la estructura de una falacia de petición de principio y demuestre la imposibilidad (o dificultad, en el más benevolente de los casos) de responder a la pregunta de si el Derecho es realmente patrimonio de unos pocos, o pertenece a toda la comunidad que ha pactado para que así sea, dadas la diferenciadas particularidades que ambos casos nos presentan, a pesar de hacerse ver como dos aristas viables sobre una misma cuestión.</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><br />
</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;">El pueblo tiene la posesión aún de aquello de lo que no ha tomado conciencia que posee; el paso que toda sociedad debe dar es el ejercicio de ese dominio, debiendo luchar por la libertad que anhela, la emancipación de ideales separatistas y de sometimiento, la integración que se nos ha negado. </div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><br />
</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><br />
</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><br />
</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;">TP nº 13</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;">Teoría General del Derecho</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;">U.B.A.</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><br />
</div><div style="font-family: "Trebuchet MS",sans-serif;"><i><b>Dynka</b></i> 2009, Mayo</div>Dynkahttp://www.blogger.com/profile/17861528219317490192noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3724931585763190402.post-31563101909900426662010-03-17T18:45:00.000-07:002011-02-05T20:37:12.023-08:00Opiniones I<div style="color: #ea9999; text-align: center;"><b><u><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif; font-size: large;"><span class="Apple-style-span">La Explicación No Debida </span></span></u></b></div><br />
<span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">El lector es juez de la obra que voluntariamente decide abordar, del mismo modo que el hacedor de la misma es quien ejerce su libre facultad de abocarse a una creación que será juzgada dentro de su propio universo de fantasía; mientras que él o ella, el humilde creador o creadora, procederá a sentarse bajo el foco que encandila al acusado a la de espera una sentencia definitiva. La potestad de la que esas personas hacen uso le quitan al evento en sí mismo todo carácter de depredación, acecho, acoso, así como también elimina la posibilidad de que uno de los sujetos caiga bajo la lastimosa denominación de víctima, y señale, mientras, al otro como cruel y despiadado victimario, autor de la desgracia moral en la que ha caído (siempre y cuando, claro está, la imparcialidad de los actores, cuántas veces ajenos el uno del otro, despoje a todo acto de ser violatorio de los derechos de una persona o grupo). Aclarado el punto en el cual podemos partir de la base de que es nuestra voluntad libre la que nos trae día a día al lugar al cual voy a remitirme, a los hechos a los cuales haré referencia, dado que no me atrevería a afirmar los alcances de la misma libertad en un ámbito que no sea tan acotado, puedo comenzar el análisis al que desde hace un tiempo quería dedicarle unas someras palabras.</span><br />
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<a name='more'></a><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Todo escritor, todo creador de una obra la cual pueda adjudicarse enteramente a su autoría, toda creación intelectual, espiritual, de aquella persona que hubiese decidido dedicarse a ese objeto, ya sea como medio de subsistencia, acreedores, estos, de una fama y una popularidad que otorgan el reconocimiento que los admiradores pagan con el dinero que sostiene la actividad que, mientras, para muchos, y por razones obvias de rentabilidad, entre los cuales me incluyo, no será jamás más que un pasatiempo que entrecruce ocasionalmente el interés de personas desconocidas que el ciberespacio reúne, todos nosotros, los amateurs y los padres de los best sellers, somos inventores de esos objetos del pasatiempo ajeno. Y todos nosotros aceptamos, como condición ineludible, cualquier tipo de crítica, buena, mala, destructiva, constructiva, tomamos de ellas lo mejor, e intentamos incluso olvidar de quiénes provienen. </span><br />
<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span><br />
<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"> Pero a veces, el receptor de la obra, el que voluntariamente decide dedicar algo de su tiempo a nuestro trabajo, y más aún, para emitir posteriormente un juicio, transforma a este último en la sentencia implacable que pretende determinar en una sola oración o dictamen la naturaleza del objeto en cuestión y, aún peor, la naturaleza de nosotros mismos. </span></div><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span><br />
<div style="text-align: justify;"><br />
<span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Es el punto al cual quiero más explícitamente referirme. Aquel que desee que el fruto de su trabajo sea gratuitamente juzgado por el ojo ajeno debe estar dispuesto a recibir una respuesta negativa del público, que será en última instancia, una batalla perdida, una oportunidad para evaluar la reacción que provoca nuestra creación en el mundo, y, dado el caso, adaptar de ahí en más nuestros esfuerzos a los gustos de las personas a las cuales los destinamos, o continuar con nuestra línea ideológica hasta hallar un número de receptores que no por reducido perderá su significancia, o simplemente desistir al darnos cuenta de que necesitamos con urgencia que prospere “ese” que constituye acaso nuestro único o mejor medio para conseguir el sustento económico o el reconocimiento ajeno. Es realmente menester estar preparado para el desagrado que puede expresar el público, o tener al menos la fortaleza de no reaccionar de modo equivocado ante aquellos que solo estén expresando su punto de vista que, al ser contrario al nuestro y ser además una crítica que detrimente, dado el caso, el frágil ego personal que se liga a las palabras que salen de sus bocas, tendrá la tendencia general de producirnos un malestar pasajero, o encender una alerta en nuestra creatividad. </span></div><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span><br />
<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"> Pero hay algo que de seguro estaremos aún menos dispuestos a aceptar: que a través de nuestra obra se nos quiera juzgar a nosotros. Ningún pintor deberá ser catalogado de pagano por jugar con las formas míticas, y por lo tanto tan atractivas a la vista, de la ética; ningún actor deberá ser confundido con el papel que le ha tocado interpretar, aún cuando su performance haya sido lo suficientemente magnífica como para hacer nacer en nosotros un odio visceral o un amor incondicionalmente fascinado por sus dotes sobre el escenario o frente a una cámara; ningún músico deberá soportar el pesar de ser eternamente el portador de la psiquis atormentada que una tarde de otoño dio origen a una canción de abatimiento; ningún escritor será autor del crimen que su personaje perpetra en las páginas de la novela que entretuvo al lector que ahora pretende ser detective de la vida real; ningún poeta estará indefectiblemente enamorado por habernos hecho enamorar, aún cuando sus palabras nos suenen tan sentidas y profundas. </span></div><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span><br />
<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"> El talento está precisamente en hacerlos dudar por un momento. Lograr que el destinatario del trabajo del artista confunda la realidad con la ficción, se ahogue en ella por unos instantes, disfrute, o no, del mundo que para ellos se ha creado, y sean posteriormente capaces de expresar su desagrado o la identificación que han llegado a sentir a través de la obra. Pero jamás habrá razón suficiente para soportar que nuestra vida privada a través de ficciones sea juzgada. Porque ningún tribunal aceptará una novela como prueba de un crimen, y ni el mismo Dios visitará el alma del que habilidosamente cubrió una catedral de belleza. Del mismo modo que las preferencias de un público heterogéneo no definirán jamás alguna otra arista de la idiosincrasia de las personas que lo componen, más allá de sus preferencias. Nadie será visto a través de aquello que le otorgue el goce de evadir la monotonía de su tiempo libre, por qué, entonces, debemos tolerar ser nosotros los que llevemos como estandarte nuestra creación antes que nuestro mismísimo temple. Somos lo que creamos, un trozo de nosotros queda en esa obra que ofrecemos al mundo, pero no solo, entera y únicamente somos aquello que alguien creyó ver expresarse en ella, ni tampoco lo somos todo el tiempo. </span></div><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span><br />
<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"> Y es lo mágico del artista, lo admirable, el logro más supremo para aquellos que diseñamos estas unidades con el fin de que otro las aprecie y emita una opinión al respecto, o sencillamente las disfrute en silencio, hasta que eventualmente, y solo si le apetece, deje de hacerlo; es a lo que aspiramos, la cúspide del prodigio que buscamos alcanzar, el hecho de transformar un instante de nuestra esencia en algo que lo mantenga intacto, que lo haga perdurable; y en el caso del escritor se torna específicamente en la capacidad de hacer creer al lector que la historia que se le está contando es absolutamente verídica, pese a inclusiones monstruosas o extra-terrenales, menuda ventaja del autor de ciencia ficción, menos proclive a que el mundo confunda su realidad personal y privada con la ficción que les transmite. Un segundo de desesperanza, un instante de furia, un enamoramiento pasajero, todo se vuelca en el papel que será enredado con nuestros deseos personales y perpetuados como tales, eternalizados tantas veces como la expresión de nuestra faz invariable. Por supuesto, se utilizan los personajes nacidos a partir de nuestra imaginación para trasmitir algunas ideas, propias, pero, cómo podríamos evitar eso cuando la híbrida naturaleza del hombre se manifiesta para entrecruzar puntos de vista diversos y alejados, si sabemos que siempre hay entre todos nosotros un plano al menos en el cual podemos coincidir. En efecto, esa criatura erigida con el solo propósito de narrar una historia, que es la nuestra y a la vez no, tendrá algo en común con quien la haya creado. También habrá un nexo que en algún sentido, tal vez el mismo que acabo de mencionar, el que lo vincula a su progenitor terrenal, o quizás otro distinto, lo ligue con todos y cada uno de los lectores que han llegado a conocerlo. Y con cada persona en este mundo, porque nadie es portador del privilegio de tener un némesis absoluto, por el contrario, siempre podemos escuchar el eco de alguna de nuestras ideas en alguien de la comunidad. </span></div><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span><br />
<div style="text-align: justify;"><br />
<span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">El logro se transforma en fracaso al oír estas palabras, las suyas, que tampoco son una crítica, sino más bien un laudo pretenciosamente objetivo, con mucho de prejuicio y poco de apreciación personal, pero ¿es adjudicable a nosotros, los creadores? Opino sencillamente que es producto de la estupidez humana, como tantas otras cosas. Desperdiciar la oportunidad de debatir situaciones puestas en abstracto, y emitir una opinión que verse únicamente sobre el objeto que acabás de conocer ¿todo tiene que tener una cara visible? ¿Tiene que ser la cara de un hombre o mujer? ¿Nada existe si ninguno de nosotros lo encarna, si ninguno de nosotros pone un nombre propio a las alegorías que el vulgo empobrecido intelectualmente transformará en confidencias? La revelación que creen ver en donde sencillamente no hay nada tiene una magnitud que me llena de asombro, toda vez que resulta un peligro dar autoría a ciertas obras consideras erróneamente como evidencias del mal juicio del escritor. Pareciera que siempre les es necesario tener a quien culpar, pero no por eso los escritores de novelas policiales son criminales en potencia o asesinos confesos. Lo cual tampoco implica que haya un hecho de connotación negativa que, simplemente por escribir, pueda o deba imputárseles. Los relatos oscuros de narradores famosos no son más que locuciones sublimes de talento que un público sin nada mejor que hacer ha decidido confundir con cartas suicidas, expresiones de última voluntad, o diarios íntimos de un psicópata. En cuyos casos, no me queda más que reconocer el trabajo magistral que han hecho al conquistar el estado de lucidez de este público, que no ha tardado en dudar de las facultades mentales del ilustre desconocido del que han leído un cuento, únicamente para concluir en aconsejarle terapia psicológica. </span></div><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span><br />
<span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"> Probablemente lo peor que pueda alguien hacerle al prójimo, es juzgarlo sin contar con la competencia adecuada para hacerlo. Para evitar tener que lidiar con eso, muchas personas crean objetos susceptibles de la misma crítica, calificada o no, pero que será una carga que pesará al menos sobre “algo” que no es nosotros, que no es nuestra persona sino ese “algo” que nos pertenece, pero cuya extensión, casi mágicamente, nos excede, y, como el fruto de nuestra misma carne y sangre, tomará vida y destino propios más allá del acto mediante el cual los hemos creado. Algunos, a dichos fines, escribimos. Pero la sociedad está empecinada en seguir caminos psicoanalíticos, cuya avidez nuestras creaciones, sin querer, alimentan.</span><br />
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<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"> Y así seguiremos siendo lo que creen que somos, y cada vez un poco menos nosotros mismos, excepto claro, en la soledad íntima de nuestra conciencia, a la que ellos creen haber podido acceder, como si fuésemos tan ingenuos como para dejarles la llave bajo una maceta en la puerta de entrada, publicada en un libro, en un concurso literario, en un blog. </span></div><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"><br />
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<b><span style="font-size: large;"><i><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Dynka, Marzo 2010</span></i></span></b>Dynkahttp://www.blogger.com/profile/17861528219317490192noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-3724931585763190402.post-67798113069973264392010-03-09T17:06:00.000-08:002011-02-05T20:36:49.517-08:00Ficciones IV<div style="color: #ea9999; text-align: left;"><b><u><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif; font-size: large;"><span class="Apple-style-span">Su Pertenencia</span></span></u></b></div><br />
<span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Toda la habitación era un caos. El destrozo evidenciaba las circunstancias, los tristes hechos. Minutos antes, sus manos recibían el finísimo trozo de papel, la cruel invitación. No podía asistir. Él no sería capaz de acudir a presenciar la unión de la persona que amaba con alguien ajeno a ellos. Se habían amado como nunca jamás lo habían hecho, y, creían, como nadie más había amado jamás en el mundo, por eso le era imposible comprender como en una sociedad que se jactaba constantemente de progresista se les prohibía una felicidad que debía ser innegable. Lloró al recordar sus ojos, su mirada sagaz, abrazada ahora por esos repugnantes rizos dorados, ellos, que le habían arrebatado a él el motivo de su vida. Por eso, al leer esas líneas amargas de notificación formal arrojó lejos la silla que lo contenía. Y así comenzó.</span> <br />
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<a name='more'></a><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Las hojas cobrizas se agolpaban con violencia en los cristales, los muebles y adornos de la sala arremetían contra el piso, las paredes, arrojados por él, con el impulso de una ira insaciable. Y en medio del desastre, se acomodó a pensar. El rechazo familiar constituía una de las principales excusas, alimentadas por la negación y el desprecio del entorno humano en el que estaban irremediablemente inmersos, agravadas por la posición socioeconómica de ambas familias. Alternaba a veces la idea de un futuro incierto juntos, y la ruina de su carrera artística. </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">De forma repentina, sus pensamientos se tornaron en reversa, dibujándole una sonrisa. El ímpetu de la hojarasca marchita que acompañaba la brutalidad del vendaval exterior le devolvió el orgullo, despertó su egoísmo. Mareose en la habitación, recordó luego, y tuvo una idea que estaría feliz de convertir en realidad. Se sintió más enamorado que nunca, y más dueño del deseo que apropió el cuerpo que le habían arrebatado cruelmente. Pero así, solo así, llevando a cabo su macabro plan se aseguraría de que nadie se apropiase jamás de sus pertenencias. Y sus sentimientos, ese sentimiento en particular, eran su pertenencia más preciada, acaso la única. Pensó que por eso mismo, en virtud del resguardo de su propiedad tenía la libertad de obrar a su antojo. Es así que decidió que iría. </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">El día de la celebración se vistió elegantemente, con sumo cuidado. Un traje costoso, camisa de seda, la corbata que le habían obsequiado, zapatos brillantes en perfecta sintonía, el cuchillo en su bolsillo. Porque él no olvidaba nada. Se le nubló la vista frente al espejo. La primera vez se habían encontrado en la plaza pública al anochecer, y su mirada, esa mirada intuitiva y de elegante voracidad, le había formulado la propuesta preliminar. Escondidos entre la arboleda desierta, ahogándose en sus labios entre el río de gotas salobres que no pudo evitar, porque sabía que estaba prohibido, que la existencia de un nuevo encuentro era incierta, que estaban condenados a desaparecer enterrados en la memoria que selecciona entre los recuerdos convenientes, resistiendo a aquella parte de ellos mismos que rehusaría dejar en el pasado el placer. </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Se abotonaba la camisa y sintió los vestigios de su aroma. La remembranza azotaba su cordura, trayéndole imágenes de ese pasado que se aferraba a su mente y se asía a su piel, de esa relación fugaz, secreta. Y a pesar de todo estaba decidido. Aunque sus sentimientos no se marchitaran aún, aunque no lo hiciesen jamás, su tolerancia no era eterna. Pensó casi divertido que no tenía por qué serla. Sabía que extrañaría esa belleza irremplazable, pero era su única salida, dejar ir, fluir, porque alguien había escrito su destino por ellos. </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Llegó temprano, como lo había planeado, y se escabulló entre el gentío. Analizó, casi por recreación, para amenizar el momento y calmar los temblores de sus manos, por qué había sido invitado, y sabía la respuesta, era la mejor forma de perpetuar el carácter oculto de los hechos inconfesables, sin el acecho de las más temibles sospechas.</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Acudió apresurado al ser que añoraba su memoria, quien estaba vistiéndose para su propia boda. Y él supo cómo actuar. Rodeó su frágil cuerpo con sus brazos para besarse por última vez. Porque él ya había maniobrado entre las mangas de su camisa de seda, para hundirle profundo el metal helado. Sus labios le aprisionaron la boca para que no pudiera gritar. Depositó con suavidad sobre el piso el cuerpo que todavía lo enamoraba. Y huyó. La ceremonia comenzó, pero uno de los novios no aparecía. La búsqueda finalizó en el vestidor, donde descansaba sobre un charco de sangre, sin vida. Sobre la herida en su estómago, la novia se quitó el velo, dejando al descubierto su cabellera de bucles dorados. Y se puso a llorar sobre el muerto.</span></div><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"><br />
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</span><b><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif; font-size: large;">Dynka</span></b><br />
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<i><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">(<b>Nadia C. García</b>, Buenos Aires, 2004.-</span></i><br />
<i><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Premiado con el Primer Premio en el Concurso Literario La Idea, categoría Cuento Adolescente, 2005, en su 90º Aniversario)</span></i>Dynkahttp://www.blogger.com/profile/17861528219317490192noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-3724931585763190402.post-27889851910065638602010-01-21T13:37:00.000-08:002012-01-04T10:51:03.088-08:00Ficciones III<div style="color: #ea9999; text-align: left;"><b><u><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif; font-size: large;"><span class="Apple-style-span">El hombre que se resistió a sus designios</span></span></u></b> </div><br />
<span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Él era una de esas personas asediadas por el tiempo y las circunstancias que otros hombres deciden abandonar en las fauces de una memoria selectiva que omitía miserias y desencuentros. Vivía cada instante de su vida pensando en la muerte, la liberación de las presiones y temores que lo agobiaban, que lo hacían tan infeliz, el descanso eterno de una lucha que, a diferencia de los seres que lo rodeaban, él no disfrutaba. Cada respiro, cada bocanada de aire que tomaba, era un desperdicio y así lo sentía, sabiendo que no era merecedor de este mundo, así como tampoco lo era del infierno terrenal que lo acogía y destrozaba cada vestigio de su alma errante, o su mente pasional.</span> <br />
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<a name='more'></a><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"> Llegó así a ser un hombre adulto, que esperaba que todos sus afectos se muriesen para poder suicidarse tranquilo. Para evitar futuros arraigos poco convenientes, se alejó de cualquier posibilidad de entablar algún vínculo con otro ser. Acostumbrado ya a su infelicidad, la miseria se hacía sentir un poco menos, evidenciada solo en contraste con la interacción de las demás personas que nunca parecieron concebir el impacto del horror del mundo que solo él se atrevió a percibir, aunque ya en la adolescencia se diese cuenta de que no podía combatirlo.</span></div><div style="text-align: left;"></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">La existencia se le había hecho costumbre, uno de esos hábitos lastimosos y que arrastran la agonía de perpetuarse hasta el límite de lo soportable, pero sin proporcionar la alternativa de conocer otra forma de ser, sin saber cómo escapar al dolor que lo mataba por dentro. El tiempo pasó, sus únicas esperanzas se hicieron hechos, no porque el destino haya sido benevolente, sino porque lo único que se había limitado a aspirar era la inevitable capitulación de esas personas que lo ataron desde un inicio a este mundo, sin por eso haberle hecho su estadía más simple o placentera. Sentía una libertad desconcertante, y no menos aterradora que el tiempo que la precedió. Todo era exactamente lo mismo, su mirada cabizbaja recorría cada centímetro del entorno, escuchaba palabras ajenas que le sonaban tan vacías como el discurso de toda una vida de crueles ironías. Rostros cínicos, como el suyo que fingía tristeza, cuando en realidad le daba lo mismo. No lo habían ayudado a sufrir un poco menos, no habían sido la compañía que, por miedo, se negó a buscar en otras personas, siquiera habían notado la peculiar desdicha que lo asediaba desde niño. En definitiva, pensó, no había razón para extrañarlos, ni a ellos ni a nadie, como no habría motivo para derramar una lágrima por él cuando decidiese marcharse, en la misma profunda y aislada soledad en la que había vivido. </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"> ¿Qué es lo que le queda al hombre que ha sido despojado de su dignidad a un extremo tal en que se lo obliga a vivir desprovisto virtudes? ¿Cuánto tardará el pobre desgraciado que se atreva a desafiar las dogmáticas escrituras de un destino que solo considera para él un sinfín de amarguras en convertirse en un suicida más? ¿Por qué se nos obliga a resignarnos a la miseria, cuando tenemos tanto potencial para combatirla, qué sería tan injusto, tan innoble e indigno en el simple intento por desterrarla? </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"> En este, el fin de los tiempos, ahora, ante la capitulación del espíritu que acaso alguna vez caminó junto a la humanidad, en la sola compañía de las arenas del tiempo que, implacables, destruyen los vestigios de esperanza y juventud, él cree ver presentarse al autor de la absurda tragedia que día a día ha interpretado, quien imprimió la firma al comienzo de su desgracia, y sus ojos ardientes se rinden, como se ha rendido ya su alma, ante la imposibilidad de enfrentar una adversidad inútil en su malograda omnipotencia. No se da cuenta, sin embargo, que es imposible resurgir del hoyo fangoso que ahora los encierra, atravesar la jaula de algarrobo cuyo cerrojo es el crucifijo que dice adiós al mundo que él habita. Pero con ganas destrozaría el mármol que clama un amor inexistente, una mentira indulgente, otra más en el entramado de una memoria absolutamente ficticia de lo que fueron los hombres y mujeres que desfilaron por este abismo. Calumnia. Calumnia es todo aquello que a él se le presentó como una maravilla, la inconmensurable inmensidad de un universo que le es tan ajeno, en tanto espeluznantemente temible, como a ellos, en tanto físico. </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"> En ese, el límite entre la tristeza y la locura, en el delgado límite que nos impide cruzar al otro lado del espejo, que nos obliga a quedarnos aquí, en este averno, él se encuentra descarnado, desnudo, indefenso como cuando era el niño que deseaba envejecer a cada instante. Sale casi corriendo del lugar, tormentoso como en una película, o aún más, porque en la realidad ha asomado la ficción de un epitafio que perpetuará quimeras, que lo harán enfurecerse por ver en palabras lo que había soñado, y deprimirse por no haberlo tenido jamás, porque no dejará de ser una farsa, tallada en mineral bruto o escrita en un metal brillante y barato, como lo fue la existencia de los que, llegado su ocaso, reviven desde otro mundo solo para limpiar su memoria, y mancillar la de él, que aún se encuentra en este universo tangible, y desesperado corre hacia el auto, conteniendo las lágrimas a las que la rutina lo había desacostumbrado, pero que vuelven a estar allí, implacables, se muerde los labios con furia, la furia de saber que aunque nada lo retiene en este mundo, no podrá irse, su cobardía lo llevó hasta allí, donde es un hombre que no tiene nada por qué vivir y sin embargo lo sigue haciendo, su miseria lo persigue a todas partes, su piel respira el humo infecto que emana del recóndito averno que es su planeta, pero aún así lo respira, sus latidos marcan el ritmo de su huída inútil, de los golpes de su puño contra la sien, del frenesí de sus pensamientos precipitados, avasallándose a una sola idea, que toda su vida lo había perseguido. No sabe quién tiene la batalla ganada, poco le importa, todo le importa muy poco mientras conduce por la ciudad, sin rumbo, con una sola idea en mente, empañada por el vicio de la sangre propia, la ilusión de teñir de rojo algún paredón, de llenarse los pulmones con el néctar salobre que corre bajo el puente, ríe a carcajadas porque cree que ya los ha olvidado, o que le importan aún menos. Y sabe que de ser parte de un cuento, una novela, una obra de teatro, encontrará exactamente en ello la razón para vivir, pero lo absurdo es que no, no habrá tal excusa para la felicidad cuando el único cambio que ha habido en su vida ha sido el curso natural de la estirpe humana, su mente sigue siendo la misma, aquella que no podrá evitar desquiciarse de amargura cuando el cielo plomizo agobie su ciudad, que se encerrará en sus propios tormentos en primavera, cuando sus sentidos perciban la algarabía generalizada de una sociedad idiota que festeje los rayos de sol, como si pudiesen cambiar algo en ellos, en sus vidas, como si alguien pudiese realmente huir de su propia esencia, de lo que estamos condenados a ser; lo inexorable de este mundo, lo único que puede predecirse con certeza, aunque él crea que hay muchas más cosas que en su monotonía inútil pueden vaticinarse, no le ahorrará su miseria, ni poniéndole fin a su vida, porque si fue incapaz de tomar una sola decisión, o las que sean necesarias, para cambiar el rumbo de su infortunada existencia, para materializar una recurrente fantasía infantil, ahora solo podrá seguir dando esas vueltas enardecidas en su vehículo, pensando en lo bien que le haría astillarse la piel en los añicos del parabrisas, golpear con todo su cuerpo iracundo los ladrillos de algún muro, y se le vaciará el tanque de combustible sumido en esos pensamientos.</span></div><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"><br />
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<i><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">(Nadia C. García; Buenos Aires, Enero, 2010)</span></i></span><b><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif; font-size: large;">Dynka</span></b>Dynkahttp://www.blogger.com/profile/17861528219317490192noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-3724931585763190402.post-34137047663579926622009-12-14T15:31:00.000-08:002011-02-05T20:36:06.525-08:00Ficciones II<div style="text-align: center;"><div style="text-align: left;"><b><u><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif; font-size: large;"><span class="Apple-style-span" style="color: #ea9999;">Kokura</span></span><span class="Apple-style-span" style="color: #ea9999;"> </span></u></b></div><br />
<div style="text-align: left;"><i><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Porque alguien dijo una vez que las guerras empiezan por la ambición de la autoridad, y terminan con la desgracia de los pueblos. Nadie lo oyó, sus palabras se perdieron en el abismo insondable de la implacable muerte, una muerte que cubría la humanidad más recóndita con su manto, una capa roja incrustada en piedras, y cuya guadaña era el cetro que nucleaba su infinito poderío.</span></i></div></div><br />
<a name='more'></a><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Todo era cuestión de un segundo, momento fugaz que le toma a la punta de un dedo presionar el botón del que dependían miles de vidas, un gatilleo infame que fue consecuencia de esas cosas que parecían escapar a nuestra razón. Luego, un pueblo entero miraría los restos cenicientos de lo que alguna vez fue su hogar. Eran épocas de guerra, y para muchos eso lo justificaba todo. Sin necesidad alguna de que la avidez individual reconozca un límite en el que reside el bien colectivo, ideología que subsiste en muchas mentalidades de naciones que no precisamente están involucradas en un conflicto bélico. Aunque no estoy seguro de que realmente en esas épocas hubiese país alguno exento de tal situación, pese a que muchos así lo ostentaban. En ese entonces yo era solo un joven, con todas las presuntas banalidades que eso implicaba, e incluso con todo lo vincularmente irrelevante, nada en particular que me diferenciase del resto, ninguna especialidad exclusiva. Tenía una familia, deseos, metas, la dulce incertidumbre de un futuro que pocas razones tiene para ser trágico, a menos que se lo analice exento de la ingenuidad en la que nos obligaban a estar inmersos. No era nadie, no tenía habilidades, ninguna particularidad que me diferenciase de las masas. Tal vez era esa homogeneidad misma la que hacía que la relevancia mía y de mis conciudadanos fuese prácticamente nula. No todo debiera estar permitido o justificado. ¿Me entiende, Oficial? Una opinión en demasía teñida de la subjetividad moral de quien ve su vida bajo una amenaza; pero ¿qué la hace menos valedera que la supuesta objetividad política, que, a riesgo de ser encasillado bajo el rubro de vulgar opinante, cosa que, presumo, usted ya ha hecho, considero aún más individualista? Nunca sabré por qué se acepta la universalización de las verdades de un sector exclusivo. Nunca jamás les importará nada de esto a la mayoría de las personas que el sistema mismo convierte en sus víctimas mediante este mecanismo. Vencer era el objetivo. Parecía aún más importante la gloria y la humillación del enemigo que la materialidad ganada, efímera, aunque en estos días podríamos afirmar que ustedes han sabido hacer permanente, punto de vista que todas las personas que he conocido se han encargado de refutar. Reconozco que es una sobreestimación de la clase dirigente el hecho de considerar que sus fines, aunque incapaces de justificar los medios, sean algo más que los categorizados como prosaicos, pero al fin y al cabo las verdaderas motivaciones de los individuos no serán jamás más que un misterio para todos nosotros, que nos conformamos con especular. Como usted ahora, pese a que me está escuchando. Mi padre solía decir que nuestro país tomaba las decisiones equivocadas y vendía su idiosincrasia. Los vecinos lo consideraban un traidor. Pese a lo cual él apoyaba fuerte e incondicionalmente la postura del gobierno, su patriotismo tan ciego y desinteresado. Si mal no recuerdo, yo era partidario de la paz. Eran pocas las veces que se oía el eco de mis ideologías en casa, conservarlas y saber cuándo expresarlas son instintos que se desarrollan luego de años de manos que censuran. Mi madre se oponía a las injerencias de las relaciones internacionales en la vida de su querido pueblo, pero claro que ella también había aprendido la conveniencia de los medidos silencios. Hubiese sido una gran presidenta. No, no para ustedes, claro Señor, para nosotros, sí. Cada vez que alguna noticia de guerra generaba controversia, en mi hogar solo se oían los interminables discursos de mi padre, que ya ni siquiera se escuchaban realmente. Solo eran poco más que un ruido molesto. Y mi hermana, ella era el ícono de nuestros más profundos temores. Al verla, era como si su piel transparente y su diminuta figura representaran la pureza, la inocencia, la debilidad y el temor, intentando ocultarse tras un manto de orgullo. Acurrucada en un rincón, miraba atentamente con sus ojos oblicuos, como una hermosa obra de arte que apenas desprendía de los muros su infantil belleza. </span><br />
<div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Y no es que yo sea traidor, no, al contrario, tan notable es el hecho de haber seguido en pie cuando los débiles socios nuestros ya se habían rendido; y es precisamente por eso que niego que el que usaran para obligarnos a una retirada más que forzosa haya sido un recurso aceptable. La invención era tan novedosa sin embargo, sí, lo sé Oficial, no tiene que recordármelo. Aún me sigue aterrando la ambigüedad de esos hechos que me maravillan y repugnan a la vez. No, no es por su pueblo que lo digo. Pero es tan simplista el razonamiento que liga la inteligencia con la maldad, el progreso con el egoísmo, eso podría haberme servido de niño, o podría serle funcional a mi padre, pero yo ya estoy más allá de esos mecanismos facilistas, o al menos debería estarlo, lo intento cada día. No podría opinar sobre su país, Oficial, mejor no me lo pregunte. </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Continúo narrando la historia de este asesinato masivo que, según recuerdo, tenía lugar en occidente también. Aunque nadie más lo recuerde. Ni usted. En esa época, un viejo amigo de mi padre se hallaba en América, hecho que mi progenitor desaprobó hasta la muerte. Periódicamente nos enviaba cartas con palabras de aliento. No imagino cuánto le habrá costado evadir las restricciones del correo con destino nipón, contrabandeando el apoyo que deseaba brindar a esta humilde familia transpacífica. Comercialización de la filosofía. Claro, culpa de todos. Mi padre era siempre quien nos las leía, y luego las guardaba. Y una vez me escabullí en su oficina para hurtar y leer una de ellas. Me sorprendieron varias líneas que jamás nos habían sido mencionadas, como aquella que decía que su grupo había sido descubierto, e incluso que ya habían apresado a algunos de sus compañeros. Recuerdo mi infantil desconcierto. Creía que ningún motivo había para perseguirlo, excepto, claro, su procedencia, los rasgos imposibles de ocultar que dictaban su sentencia de muerte, evidenciaban la etnia que se configuró víctima de las políticas del nuevo imperio. En la última carta prometía volver a escribirnos, pero jamás volvimos a saber de él. </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Nuestra familia, sí, es bastante numerosa, pero estamos algo dispersos. Las festividades reúnen solo a los que se encuentran en la ciudad o en las cercanías aledañas. Pero al menos sabíamos que estaban allí, en alguna parte, al otro extremo del lazo que nos unía. Por eso los lloré igual. Usted habría hecho lo mismo, admítalo. O tal vez, porque no siendo merecedores de la muerte, eran dignos de nuestras lágrimas. Dos días más tarde, vuela otra ciudad, en la que no teníamos familia. El terror se produjo al enterarnos que nuestro pueblo era la primera opción. El discurso oficial pronunció que la condición climática y la cadena de montañas que nos separa de la ciudad próxima nos salvaron. Pensar que esa mañana el pueblo se despertó angustiado, deseando que el clima nos mostrase un panorama más alentador que contraste con los hechos aún recientes, cuando el cielo espeso y gris solo avecinaba más tristeza. Añoro hoy el manto ceniciento, sobre el cual un enorme pájaro en vuelo sombrío desplegaba sus alas de acero en el cielo de la aldea que ignoraba su presencia, cambiando el destino de la segunda gran explosión. Esa es la historia de cómo hoy estamos vivos, mientras que muchos están muertos. Sí, la misma que me trajo aquí, que me llevó a estar ante usted. Y el hecho que dio por finalizada la guerra fue el inicio de una nueva pesadilla para nosotros, desde que el hongo de humos y muerte se elevó al cielo, tal vez para acortar el camino de las almas, el día en que los dos soles anunciaron tanta desgracia desde su azul horizonte. Ya no hay paz, me he quedado sin ese algo al que defender. Y la tranquilidad no volverá jamás a la isla que, una vez, decidió defender su ideal hasta la muerte, algo en lo que sí triunfó. </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><i><br />
<span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Pero el trono le fue a ella arrebatado, y la muerte dejó de ser la emperatriz de nuestra desgracia y miseria. Su lugar lo ocupó un demonio, producto de la mítica humana y de su fé falaz en figuras inexistentes, por los hombres instituidas y alimentadas, pero creaciones tangibles y terrenales al fin, de esas que votan los republicanos, para llamar imperio a un reinado.</span></i> </div><div style="text-align: justify;"><br />
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<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">...................................................... </span></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><b><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif; font-size: large;">Dynka </span></b></div><br />
<span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">(<b>Nadia C. García</b>; <i>Buenos Aires, 2005. Versión completa de la adaptación premiada con Segunda Mención en Concurso Literario La Idea, categoría Cuento Adolescente, 2006</i>)</span>Dynkahttp://www.blogger.com/profile/17861528219317490192noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-3724931585763190402.post-85764382925232629742009-12-04T14:54:00.000-08:002011-02-05T20:35:33.232-08:00Ficciones I<div style="text-align: left;"><b><u><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"><span style="font-size: x-large;"><span style="font-size: large;"><span class="Apple-style-span" style="color: #ea9999;">La fugitiva de labios rojos</span><span class="Apple-style-span" style="color: #ea9999;"> </span></span></span></span></u></b></div><br />
<span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Me mira detrás de sus pequeñas gafas, sus ojos son grises. Viste un traje oscuro que le calza a la perfección, su aspecto tan pulcro en ese disfraz de ser humano. Me dice algo y no lo escucho, sus labios moviéndose sin razón y yo dejo de pensar, al menos lo intento, muchas acciones de los hombres no requieren reflexión alguna, aunque no excluyen la posibilidad de que nuestra infinita estupidez, con ella, las arruine.</span><br />
<a name='more'></a><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Sus labios son finos y dulces, el disfraz sombrío se arruga en el piso, tal vez hasta es probable que se haya caído el antifaz, y su mirada de plata, más pura que nunca, más desnuda que ninguna. El manto colorido que me recubre y oculta también se va deshaciendo, manchando su piel y la almohada, rojo como la sangre, como si fueran heridas, pero es solo rouge, inofensivo. Sus manos, calientes y pesadas, me parecen de repente una molestia, un obstáculo que debo sortear, apenas soportable, al igual que su voz. Intercala palabras, sigo sin oírlo, pero sé que igual lo hace. </span></div><div style="text-align: left;"></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Largo rato después, comienzo a vestirme delante de sus ojos. Él, inmóvil, desnudo e indefenso bajo las sábanas, me mira sin verme con esos ojos plomizos, la mirada de plata, sonríe, me habla de la felicidad que siente, eso sí lo escuché, llamó mi atención por ser una aseveración increíblemente paradójica, y su ruego, disimulado detrás de una invitación, una sugerencia caballerosa. Pero mi vuelo salía en menos de una hora. No había tiempo para insinuaciones que servían de subterfugio a una necesidad, a un deseo, o, lo que era más alarmante, a un sentimiento sin arraigo ni precedentes. Su expresión se desfigura, tensa los labios para contener las lágrimas, o eso pude intuir. Mi andar silencioso y sonriente, satisfecho y orgulloso, me acerca a su rostro para devolverle el antifaz que había quedado en el piso, y con él la compostura que perdió en un instante. Un último beso y la calle, libertad al fin de la ciudad que se abre a mis pasos en un sincero abrazo, como los mortales no ofrecerán jamás, el silencio de los domingos con el bullicio aislado del descanso de la urbe que ostenta su magnificencia como cada día, y el olvido en el horizonte, la meta inalcanzable que barrerá los recuerdos que mis pasos siembran a mis espaldas. </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Ya a bordo de un taxi pienso que tal vez nunca había estado tan cerca de la felicidad como en esos momentos, en que la mente era capaz de divagar por los más ínfimos detalles del panorama, logrando por instantes fugaces el ansiado abandono de la existencia terrenal. En el camino al aeropuerto me lo imagino a él, aún cuando trate de evadirlo, debe estar todavía en la cama, sintiéndose vació quizás, o soportando el peso del antifaz ardiente quemándole la piel, arrancándoselo con un gesto violento ahora que ya no tiene de quién esconderse, a excepción de las manchas rojas en la almohada, acechando su insomne agonía. </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Al lado mío en el avión iba un hombre muy mayor, con el cabello blanco y los ojos cristalinos. Lee un libro sin notar mi presencia. Admirable. En el baño del avión miro mi imagen en el espejo y odio lo que veo, pero no más que antes, en tierra firme. Paños de agua, la manera más pragmática que encuentro de limpiar de mi cuerpo los rastros de él, de lo que solía yo ser, de lo que conocí y de lo que me conocía, si tal cosa existió jamás. Y tenía exactamente la ropa que quería ponerme, atuendo más sincero que el velo de mi propia piel desnuda, pantalones oscuros, un lienzo envolviéndome por debajo de la camisa limpia. Pulcritud. Y en el bolso llevaba unas tijeras, épocas en las que los controles en el aeropuerto eran más débiles, antes de la guerra y la ciudad sitiada, mi amada ciudad ultrajada de la que huí, de todos ellos huí, y de mí jamás, imposible perpetrar la utopía. De sueños se compone la vida, y la frustración mayor será no poder dejarme atrás. Aun habiendo abandonado todo lo demás, una esencia que trato de rechazar promete seguirme hasta el infinito, aventurándose a entrar a cielos e infiernos, o no pudiendo evitar hacerlo. El cabello cae lentamente en el lavamanos. Zapatos y un sombrero. Jamás había usado uno antes, la sensación es maravillosa, como si no hubiese límites en las posibilidades de esconderse. Entusiasmo ingenuo y precipitado. Salgo del baño, y para regresar a mi asiento debo pedir permiso al señor de los ojos de cristal, quien por primera vez aparta su lectura y me mira, pero no nota la transformación, porque jamás me ha visto antes. Me pregunto si las lágrimas habrán ganado la batalla en la mirada de plata, o si el antifaz sabrá esconderlas. </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"></span></div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;">Al bajarme del avión enciendo un cigarrillo, debió ser la segunda vez en mi vida que fumaba. Hacía mucho frío en Berlín, pero ya me he abrigado, y de hecho se me hace placentero el azote gélido del aire renovado y la ligera nevada que apenas comienza a pintar de blanco las calles que planeo recorrer. Me paro ante lo que, creo, era una vidriera y una voz delicada y femenina me habla a mi lado. “Muchacho, ¿vienes o vas?”. Era una joven vestida de azafata, con cabello negro y ojos hermosos. Me di cuenta de que aún estaba a metros del aeropuerto. Ella me sonreía con sus labios rosados y con todo su cuerpo. Me repitió la pregunta, siempre en inglés, con mala pronunciación, seductora y afectiva, casi familiar. Vuelvo hacia ella la cabeza, despejándome del sombrero para observarla mejor, y tener un instante que me permita descubrir si deseo o no contestar su pregunta, si deseo entablar una conversación con ella, o solo mirar su uniforme y sus ojos. En un gesto suave pero ligero me quito el cigarrillo de la boca para decirle algo, no sé bien qué. La chica me mira horrorizada, su expresión se transforma en un gesto de repugnancia y pavor, una exclamación de perturbación que no llega a hacerse oír. Escapa corriendo bajo la nieve que espesa poco a poco su caudal, dejando el rastro de sus tacos hundidos en el manto inmaculado, agitando sus piernas delgadas bajo la falda. Desconcertada y aturdida, avergonzada tal vez y con cierta curiosidad, miro el cigarrillo antes de volverlo a mi boca. En el filtro hay una intensa y persistente marca de color rojo.</span></div><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"><br />
<span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"><i></i></span></span><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif; font-size: large;"><b>Dynka </b></span><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"><span style="font-family: 'Trebuchet MS',sans-serif;"><i>(Nadia C. García; Bs. As. - 2006)</i></span></span>Dynkahttp://www.blogger.com/profile/17861528219317490192noreply@blogger.com6