viernes, 4 de diciembre de 2009

Ficciones I

La fugitiva de labios rojos

Me mira detrás de sus pequeñas gafas, sus ojos son grises. Viste un traje oscuro que le calza a la perfección, su aspecto tan pulcro en ese disfraz de ser humano. Me dice algo y no lo escucho, sus labios moviéndose sin razón y yo dejo de pensar, al menos lo intento, muchas acciones de los hombres no requieren reflexión alguna, aunque no excluyen la posibilidad de que nuestra infinita estupidez, con ella, las arruine.
Sus labios son finos y dulces, el disfraz sombrío se arruga en el piso, tal vez hasta es probable que se haya caído el antifaz, y su mirada de plata, más pura que nunca, más desnuda que ninguna. El manto colorido que me recubre y oculta también se va deshaciendo, manchando su piel y la almohada, rojo como la sangre, como si fueran heridas, pero es solo rouge, inofensivo. Sus manos, calientes y pesadas, me parecen de repente una molestia, un obstáculo que debo sortear, apenas soportable, al igual que su voz. Intercala palabras, sigo sin oírlo, pero sé que igual lo hace.
Largo rato después, comienzo a vestirme delante de sus ojos. Él, inmóvil, desnudo e indefenso bajo las sábanas, me mira sin verme con esos ojos plomizos, la mirada de plata, sonríe, me habla de la felicidad que siente, eso sí lo escuché, llamó mi atención por ser una aseveración increíblemente paradójica, y su ruego, disimulado detrás de una invitación, una sugerencia caballerosa. Pero mi vuelo salía en menos de una hora. No había tiempo para insinuaciones que servían de subterfugio a una necesidad, a un deseo, o, lo que era más alarmante, a un sentimiento sin arraigo ni precedentes. Su expresión se desfigura, tensa los labios para contener las lágrimas, o eso pude intuir. Mi andar silencioso y sonriente, satisfecho y orgulloso, me acerca a su rostro para devolverle el antifaz que había quedado en el piso, y con él la compostura que perdió en un instante. Un último beso y la calle, libertad al fin de la ciudad que se abre a mis pasos en un sincero abrazo, como los mortales no ofrecerán jamás, el silencio de los domingos con el bullicio aislado del descanso de la urbe que ostenta su magnificencia como cada día, y el olvido en el horizonte, la meta inalcanzable que barrerá los recuerdos que mis pasos siembran a mis espaldas.

Ya a bordo de un taxi pienso que tal vez nunca había estado tan cerca de la felicidad como en esos momentos, en que la mente era capaz de divagar por los más ínfimos detalles del panorama, logrando por instantes fugaces el ansiado abandono de la existencia terrenal. En el camino al aeropuerto me lo imagino a él, aún cuando trate de evadirlo, debe estar todavía en la cama, sintiéndose vació quizás, o soportando el peso del antifaz ardiente quemándole la piel, arrancándoselo con un gesto violento ahora que ya no tiene de quién esconderse, a excepción de las manchas rojas en la almohada, acechando su insomne agonía.

Al lado mío en el avión iba un hombre muy mayor, con el cabello blanco y los ojos cristalinos. Lee un libro sin notar mi presencia. Admirable. En el baño del avión miro mi imagen en el espejo y odio lo que veo, pero no más que antes, en tierra firme. Paños de agua, la manera más pragmática que encuentro de limpiar de mi cuerpo los rastros de él, de lo que solía yo ser, de lo que conocí y de lo que me conocía, si tal cosa existió jamás. Y tenía exactamente la ropa que quería ponerme, atuendo más sincero que el velo de mi propia piel desnuda, pantalones oscuros, un lienzo envolviéndome por debajo de la camisa limpia. Pulcritud. Y en el bolso llevaba unas tijeras, épocas en las que los controles en el aeropuerto eran más débiles, antes de la guerra y la ciudad sitiada, mi amada ciudad ultrajada de la que huí, de todos ellos huí, y de mí jamás, imposible perpetrar la utopía. De sueños se compone la vida, y la frustración mayor será no poder dejarme atrás. Aun habiendo abandonado todo lo demás, una esencia que trato de rechazar promete seguirme hasta el infinito, aventurándose a entrar a cielos e infiernos, o no pudiendo evitar hacerlo. El cabello cae lentamente en el lavamanos. Zapatos y un sombrero. Jamás había usado uno antes, la sensación es maravillosa, como si no hubiese límites en las posibilidades de esconderse. Entusiasmo ingenuo y precipitado. Salgo del baño, y para regresar a mi asiento debo pedir permiso al señor de los ojos de cristal, quien por primera vez aparta su lectura y me mira, pero no nota la transformación, porque jamás me ha visto antes. Me pregunto si las lágrimas habrán ganado la batalla en la mirada de plata, o si el antifaz sabrá esconderlas.

Al bajarme del avión enciendo un cigarrillo, debió ser la segunda vez en mi vida que fumaba. Hacía mucho frío en Berlín, pero ya me he abrigado, y de hecho se me hace placentero el azote gélido del aire renovado y la ligera nevada que apenas comienza a pintar de blanco las calles que planeo recorrer. Me paro ante lo que, creo, era una vidriera y una voz delicada y femenina me habla a mi lado. “Muchacho, ¿vienes o vas?”. Era una joven vestida de azafata, con cabello negro y ojos hermosos. Me di cuenta de que aún estaba a metros del aeropuerto. Ella me sonreía con sus labios rosados y con todo su cuerpo. Me repitió la pregunta, siempre en inglés, con mala pronunciación, seductora y afectiva, casi familiar. Vuelvo hacia ella la cabeza, despejándome del sombrero para observarla mejor, y tener un instante que me permita descubrir si deseo o no contestar su pregunta, si deseo entablar una conversación con ella, o solo mirar su uniforme y sus ojos. En un gesto suave pero ligero me quito el cigarrillo de la boca para decirle algo, no sé bien qué. La chica me mira horrorizada, su expresión se transforma en un gesto de repugnancia y pavor, una exclamación de perturbación que no llega a hacerse oír. Escapa corriendo bajo la nieve que espesa poco a poco su caudal, dejando el rastro de sus tacos hundidos en el manto inmaculado, agitando sus piernas delgadas bajo la falda. Desconcertada y aturdida, avergonzada tal vez y con cierta curiosidad, miro el cigarrillo antes de volverlo a mi boca. En el filtro hay una intensa y persistente marca de color rojo.

 
Dynka (Nadia C. García; Bs. As. - 2006)

6 comentarios:

  1. otra mas q se hizo un blog? :P
    ajajajaj

    vecinaA??..
    como va??

    aparece q se t xtraña xD
    saludos!!

    ResponderEliminar
  2. Hola!!

    Buenísimo el relato... te digo que mientras lo iba leyendo la lectura se me hizo muy placentera, pero (y sabés a qué me refiero jajaja!!) de repente abrí los ojotes así O_O jajaja!! que bueno que compartas todo esto con nosotros!! te felicito!! ¿sale debate? xP

    Un besote!!

    ResponderEliminar
  3. Muy bueno Nadia!!!
    Está muy bien escrito, y hay varias oraciones que van más allá del relato en si, que dicen más.
    Me quedo esperando el siguiente, este me gustó mucho.
    Nos vemos

    ResponderEliminar
  4. JA! Te dije que iba a pasar cuando tuviese algo bueno para decir, y mirá... que fechita que te elegí jejeje, pero bueno, pasemos a la temática del blog y dejemos los deschaves personales para otros lugares.
    Me gustó muchísimo, te dije que era largo para el formato bloggero, pero en tu caso no es una crítica, sino un agradecimiento... al leerlo uno quiere que siga, que la descripción, las frases, no se terminen nunca, la verdad es que me sumergí totalmente en el relato y viendo la fecha de la confección sentí cierto escalofrío (no, no era el daddy yankee finado :P) al pensar que si esto escribías hace tres años... lo impresionante que sería tu laberinto mental en este presente...
    En fin, me voy a hacer seguidor, y fan también... siempre y cuando no abuses de las frases violentas... vos sabés jeje.
    Beso!

    ResponderEliminar
  5. Emmanuel Dalla Buona25 de diciembre de 2011, 0:07

    Sencillamente envolvente y atrapante para los ojos de este lector. Inmejorable literato y palabras genuinas de una escritora en potencia. Perfecta le desenvoltura con que se describe el personaje. Espero que sigas por este camino, porque en muchos encontraras la satisfaccion de tener el arte en tus manos y poder compartirla con el mundo. Saludos y exitos

    ResponderEliminar
  6. Sublime, sencillamente sublime... me encantó... aplausos para vos :)
    besos
    Juan

    ResponderEliminar