lunes, 14 de diciembre de 2009

Ficciones II

Kokura

Porque alguien dijo una vez que las guerras empiezan por la ambición de la autoridad, y terminan con la desgracia de los pueblos. Nadie lo oyó, sus palabras se perdieron en el abismo insondable de la implacable muerte, una muerte que cubría la humanidad más recóndita con su manto, una capa roja incrustada en piedras, y cuya guadaña era el cetro que nucleaba su infinito poderío.

Todo era cuestión de un segundo, momento fugaz que le toma a la punta de un dedo presionar el botón del que dependían miles de vidas, un gatilleo infame que fue consecuencia de esas cosas que parecían escapar a nuestra razón. Luego, un pueblo entero miraría los restos cenicientos de lo que alguna vez fue su hogar. Eran épocas de guerra, y para muchos eso lo justificaba todo. Sin necesidad alguna de que la avidez individual reconozca un límite en el que reside el bien colectivo, ideología que subsiste en muchas mentalidades de naciones que no precisamente están involucradas en un conflicto bélico. Aunque no estoy seguro de que realmente en esas épocas hubiese país alguno exento de tal situación, pese a que muchos así lo ostentaban. En ese entonces yo era solo un joven, con todas las presuntas banalidades que eso implicaba, e incluso con todo lo vincularmente irrelevante, nada en particular que me diferenciase del resto, ninguna especialidad exclusiva. Tenía una familia, deseos, metas, la dulce incertidumbre de un futuro que pocas razones tiene para ser trágico, a menos que se lo analice exento de la ingenuidad en la que nos obligaban a estar inmersos. No era nadie, no tenía habilidades, ninguna particularidad que me diferenciase de las masas. Tal vez era esa homogeneidad misma la que hacía que la relevancia mía y de mis conciudadanos fuese prácticamente nula. No todo debiera estar permitido o justificado. ¿Me entiende, Oficial? Una opinión en demasía teñida de la subjetividad moral de quien ve su vida bajo una amenaza; pero ¿qué la hace menos valedera que la supuesta objetividad política, que, a riesgo de ser encasillado bajo el rubro de vulgar opinante, cosa que, presumo, usted ya ha hecho, considero aún más individualista? Nunca sabré por qué se acepta la universalización de las verdades de un sector exclusivo. Nunca jamás les importará nada de esto a la mayoría de las personas que el sistema mismo convierte en sus víctimas mediante este mecanismo. Vencer era el objetivo. Parecía aún más importante la gloria y la humillación del enemigo que la materialidad ganada, efímera, aunque en estos días podríamos afirmar que ustedes han sabido hacer permanente, punto de vista que todas las personas que he conocido se han encargado de refutar. Reconozco que es una sobreestimación de la clase dirigente el hecho de considerar que sus fines, aunque incapaces de justificar los medios, sean algo más que los categorizados como prosaicos, pero al fin y al cabo las verdaderas motivaciones de los individuos no serán jamás más que un misterio para todos nosotros, que nos conformamos con especular. Como usted ahora, pese a que me está escuchando. Mi padre solía decir que nuestro país tomaba las decisiones equivocadas y vendía su idiosincrasia. Los vecinos lo consideraban un traidor. Pese a lo cual él apoyaba fuerte e incondicionalmente la postura del gobierno, su patriotismo tan ciego y desinteresado. Si mal no recuerdo, yo era partidario de la paz. Eran pocas las veces que se oía el eco de mis ideologías en casa, conservarlas y saber cuándo expresarlas son instintos que se desarrollan luego de años de manos que censuran. Mi madre se oponía a las injerencias de las relaciones internacionales en la vida de su querido pueblo, pero claro que ella también había aprendido la conveniencia de los medidos silencios. Hubiese sido una gran presidenta. No, no para ustedes, claro Señor, para nosotros, sí. Cada vez que alguna noticia de guerra generaba controversia, en mi hogar solo se oían los interminables discursos de mi padre, que ya ni siquiera se escuchaban realmente. Solo eran poco más que un ruido molesto. Y mi hermana, ella era el ícono de nuestros más profundos temores. Al verla, era como si su piel transparente y su diminuta figura representaran la pureza, la inocencia, la debilidad y el temor, intentando ocultarse tras un manto de orgullo. Acurrucada en un rincón, miraba atentamente con sus ojos oblicuos, como una hermosa obra de arte que apenas desprendía de los muros su infantil belleza.

Y no es que yo sea traidor, no, al contrario, tan notable es el hecho de haber seguido en pie cuando los débiles socios nuestros ya se habían rendido; y es precisamente por eso que niego que el que usaran para obligarnos a una retirada más que forzosa haya sido un recurso aceptable. La invención era tan novedosa sin embargo, sí, lo sé Oficial, no tiene que recordármelo. Aún me sigue aterrando la ambigüedad de esos hechos que me maravillan y repugnan a la vez. No, no es por su pueblo que lo digo. Pero es tan simplista el razonamiento que liga la inteligencia con la maldad, el progreso con el egoísmo, eso podría haberme servido de niño, o podría serle funcional a mi padre, pero yo ya estoy más allá de esos mecanismos facilistas, o al menos debería estarlo, lo intento cada día. No podría opinar sobre su país, Oficial, mejor no me lo pregunte.

Continúo narrando la historia de este asesinato masivo que, según recuerdo, tenía lugar en occidente también. Aunque nadie más lo recuerde. Ni usted. En esa época, un viejo amigo de mi padre se hallaba en América, hecho que mi progenitor desaprobó hasta la muerte. Periódicamente nos enviaba cartas con palabras de aliento. No imagino cuánto le habrá costado evadir las restricciones del correo con destino nipón, contrabandeando el apoyo que deseaba brindar a esta humilde familia transpacífica. Comercialización de la filosofía. Claro, culpa de todos. Mi padre era siempre quien nos las leía, y luego las guardaba. Y una vez me escabullí en su oficina para hurtar y leer una de ellas. Me sorprendieron varias líneas que jamás nos habían sido mencionadas, como aquella que decía que su grupo había sido descubierto, e incluso que ya habían apresado a algunos de sus compañeros. Recuerdo mi infantil desconcierto. Creía que ningún motivo había para perseguirlo, excepto, claro, su procedencia, los rasgos imposibles de ocultar que dictaban su sentencia de muerte, evidenciaban la etnia que se configuró víctima de las políticas del nuevo imperio. En la última carta prometía volver a escribirnos, pero jamás volvimos a saber de él.

Nuestra familia, sí, es bastante numerosa, pero estamos algo dispersos. Las festividades reúnen solo a los que se encuentran en la ciudad o en las cercanías aledañas. Pero al menos sabíamos que estaban allí, en alguna parte, al otro extremo del lazo que nos unía. Por eso los lloré igual. Usted habría hecho lo mismo, admítalo. O tal vez, porque no siendo merecedores de la muerte, eran dignos de nuestras lágrimas. Dos días más tarde, vuela otra ciudad, en la que no teníamos familia. El terror se produjo al enterarnos que nuestro pueblo era la primera opción. El discurso oficial pronunció que la condición climática y la cadena de montañas que nos separa de la ciudad próxima nos salvaron. Pensar que esa mañana el pueblo se despertó angustiado, deseando que el clima nos mostrase un panorama más alentador que contraste con los hechos aún recientes, cuando el cielo espeso y gris solo avecinaba más tristeza. Añoro hoy el manto ceniciento, sobre el cual un enorme pájaro en vuelo sombrío desplegaba sus alas de acero en el cielo de la aldea que ignoraba su presencia, cambiando el destino de la segunda gran explosión. Esa es la historia de cómo hoy estamos vivos, mientras que muchos están muertos. Sí, la misma que me trajo aquí, que me llevó a estar ante usted. Y el hecho que dio por finalizada la guerra fue el inicio de una nueva pesadilla para nosotros, desde que el hongo de humos y muerte se elevó al cielo, tal vez para acortar el camino de las almas, el día en que los dos soles anunciaron tanta desgracia desde su azul horizonte. Ya no hay paz, me he quedado sin ese algo al que defender. Y la tranquilidad no volverá jamás a la isla que, una vez, decidió defender su ideal hasta la muerte, algo en lo que sí triunfó.

Pero el trono le fue a ella arrebatado, y la muerte dejó de ser la emperatriz de nuestra desgracia y miseria. Su lugar lo ocupó un demonio, producto de la mítica humana y de su fé falaz en figuras inexistentes, por los hombres instituidas y alimentadas, pero creaciones tangibles y terrenales al fin, de esas que votan los republicanos, para llamar imperio a un reinado.


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Dynka

(Nadia C. García; Buenos Aires, 2005. Versión completa de la adaptación premiada con Segunda Mención en Concurso Literario La Idea, categoría Cuento Adolescente, 2006)

6 comentarios:

  1. Nadia, Nadia, Nadia... Qué placer que es leerte.
    Es muy muy bueno, me hiciste poner piel de gallina más de una vez con este cuento.
    Quisiera que lo lea todo el mundo. Hay que hacer algo al respecto.
    Y cómo siempre, amo esas oraciones que están muy pensadas, que en pocas palabras dicen lo que muchos tardan una vida en saber.
    En serio te digo, me gustó muchísimo.
    Ya estoy esperando el próximo.

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  2. Coincido con Naza Nadia, excelente esta narración... son muy especiales este tipo de cuentos, como una especie de flashes, fotos de determinadas situaciones.

    Este cuento en especial me hizo acordar a uno de un afamado autor que, aunque mucho no te guste, tiene muy buenas cosas, y que me dejó la misma sensación de sorpresa, interés, admiración...

    Pero al menos sabíamos que estaban allí, en alguna parte, al otro extremo del lazo que nos unía. Por eso los lloré igual. Usted habría hecho lo mismo, admítalo. O tal vez, porque no siendo merecedores de la muerte, eran dignos de nuestras lágrimas.

    Esa parte me re gustó =D T_T

    Besote!!

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  3. Así que este es el famoso cuento, como era?... "adolescente"? jajajajaja Está muy bueno, muy trágico pero alentador en cierta forma, desde el lugar que está escrito, desde el lugar que algunos lo leerán y habrá quienes ostentando tal poder reflexionen antes de apretar sus "botones", qué es lo que dejarán, qué legado dejarán para ser recordados por la historia?
    Me gustó mucho, y veo que ya colocaste otro más, y encima contemporáneo. Te felicito Dyn, está quedando muy bueno el blog.
    Saludos!

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  4. gracias a los tres, chicos!! y gracias por el apoyo e impulso de siempre, por ahora uds son mi modesto público, y supongo que también mi electorado xD!!!

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  5. Muy emotivo... la "Rosa de Hiroshima", como se le denomina a la tragedia en alguna canción que escuche hace tiempo... preciosa alusión...
    Beso grande
    Juan

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