domingo, 8 de agosto de 2010

Ficciones V

Relato para una Efigie

Sos la esperanza de este mundo. El brillo de tu risa impide negarlo, cuando su estrépito queda flotando en el aire como el polen de las mañanas de septiembre, que solo a mí parece producirme una leve molestia, un respirar a destiempo, la inquietud de atreverse a cuestionar lo que de tan perfecto nos es ajeno. O que al menos a mí me produce una sensación de extrañeza, de enfrentar lo desconocido, los labios arqueados y la mirada pura, tan ajeno que me suena en teoría, pero termina por golpearse de lleno con la cálida familiaridad de tu mano en mi hombro. Has nacido para ser estrella, para encandilar y fascinar, para ser siempre quien atente contra la decadencia anímica y la melancolía del entorno; porque el eco profundo y sonoro de tu alegría se contagia y se esparce, y florece más allá de lo que mis ojos jadeantes llegan ver, mi mano pequeña y ajada ya no puede protegerme del sol como en aquellos días de antaño; pero tu piel, oh, tu piel, conservó la suave tersura inocua de un infante, aún cuando has dejado de serlo. Inalcanzable. Y a la vez tan condenadamente accesible, como solo sabe serlo una cortesana de complacencia. Pero el porte es el de un miembro de la realeza, en plena caravana por las calles adoquinadas de una Europa simulada, construida a imagen y semejanza,  así, tan gris, pestilente y oscura, recibiendo la adoración de los más humildes pobladores. Yo soy el anciano, aquel que toda ciudad aloja, que a lo lejos te mira, y te puede ver tan cerca, erguido, con la cabeza siempre en alto y mi disfraz, impecable, de armadura. Consciente de tu hechizo, pero no por ello capaz de resistirlo. Ni de prevenir al vulgo que arroja sus alabanzas, y solo podía soñar que algún día compartirás con ellos tus riquezas, pero junto  a ese pan les diste también el alma, esa esperanza de lo que ya, sin poseerlo, era suyo, era de todos. Y yo soy una ciega, una mendiga ciega y fervorosa, que cree fielmente y con firmeza que conmigo has compartido algo más que migajas de harina y agua. Pero yo casi no te aclamo. Mis nervios laten ante tu presencia y luchan por dejar salir una manifestación física de lo que en mí provocás, de la excitante pasión que desata tu mirada, pero sé que mi semblante altivo pretenderá por momentos no dar cuenta de mi propia bajeza, de los restos de mi moral mancillada y sucia, corrompida antes de tiempo por el espanto de la raza humana, por la desgracia de haberte conocido tarde, por el infortunio de que no llegues a verme realmente jamás. Una manada de ratas que se abalanza sobre tu carruaje, un ejército de dragones que te defienden a capa, espada y fuego, mucho fuego para purgar tanto horror que surge del irreverente atrevimiento, de los ripios de esta tierra ardiendo en llamas, vestigios de nuestro memorable paraíso decenal. Siento que soy la única que pudo dar cuenta de los hechos y sin embargo me resigné a no tener nunca un séquito que me defienda, una escolta que me ayude, un pueblo que me aplauda, un amigo que me abrigue. Solo me queda tu mano en el hombro, la cálida familiaridad que es parte de tu ritual social, un recuerdo que no dejo ir, la posibilidad de un futuro del que reniego. Prefiero seguir aquí, siendo la vagabunda de las calles asoladas con tu voz, he llegado a sentirme bien así, de este modo, siendo la escoria de este mundo, siendo el olvido último del universo que marchita su existencia en mis manos ajadas, siendo el paño en el que las madres desconsoladas rompen en llanto, apretando mis ropas entre sus dedos, con la nariz pegada a mi hombro en espasmos de consternación y sufrimiento, aunque en vos busquen algo más que consuelo, escudriñen tu imagen de ángel buscando un poco de luz divina, creyendo que la han encontrado, que se llevan un poco de alivio para sus refugios, sus oscuras madrigueras en las que reluce una iconografía con tu rostro perfecto y tus ojos limpios de la basura que todos ellos han venido a dejar en mí, en los harapos que pesan sobre mis hombros. Soy la estupidez con que todo ser humano no puede evitar obrar, soy la torpeza de los jóvenes, y la mirada siniestra de los ancianos, soy la filosofía que jamás podrá manifestarse útilmente sobre la tierra, soy una mente errante encerrada en el cuerpo de una mujer idiota que solo supo envejecer en la desesperación de mirar como a su alrededor el mundo se caía a pedazos, mientras que algunas pocas personas como vos se llevaban las alabanzas de los que quedarían atrapados bajo los escombros de la tribulación que alguna vez fue la ciudad; al final del camino, al borde de nuestras vidas, a punto de caer, si es que vos vas a caer, si es que de eso no pueden salvarte los reptiles uniformados y a caballo que te custodian siempre, si se desploma el amparo sobrenatural que vigila tu gracia para que no se deshaga, y que con ella que no se caiga al precipicio el carruaje real, siento que vos sos la revolución, pero una revolución de rosas, y yo, yo soy apenas una hoja de papel, temblando con la brisa más leve, cobardemente en un rincón, ese papel sobre el que alguien escribió las palabras para sublevarse, las frases que leyeron todos, pero que pocos se atreverán a recordar, aunque muchos memoricen sus sílabas. Soy lo que alguna vez pudo ser, el recuerdo de un potencial verdadero, pero desperdiciado, lanzado al olvido de esos libros que nadie leerá jamás, que van a arder con el mismo fuego con que tus dragones purifiquen el planeta, aunque incineren parte de nosotros en el proceso, la hoguera que expíe nuestro pecado, y tu piel hermosa, blanca, sin dudas, casi transparente refleje los destellos de la depuración sagrada. Y mi nombre será mencionado como un cuento, una leyenda absurda, o una parábola en la que nadie cree, y vos, serás la estatua inmortal de los tiempos venideros. Porque nada importará más que esa etérea perpetuidad que inmole tu belleza erguida eternamente en medio del pueblo, aunque las ratas comiencen a extinguirse, lo harán a la luz de tus ojos de piedra, tan parecidos a los que un día me miraron de soslayo desde la caravana de lisonjas, de rosas y fuego, de dragones y espadas, pero infinitamente más fríos.

Dynka
(Nadia C. García; Buenos Aires, 9 de Agosto de 2010)

4 comentarios:

  1. Es hermoso este cuento Nadia. Y ver que es nuevo lo hace especial.
    Está muy bien transmitido el sentimiento de la protagonista, con las palabras justas, con esa sinceridad de sentimientos que logra desesperar, que tal vez sólo se alcanza con uno mismo,

    "...por la desgracia de haberte conocido tarde, por el infortunio de que no llegues a verme realmente jamás."

    No voy a citar otras frases porque terminaría transcribiendo el cuento completo.
    Pero si esta última:

    "siento que vos sos la revolución"

    No imagino un piropo más bello que se pueda pronunciar.
    Hermoso cuento, de punta a punta.

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  2. Im_pe_ca_ble. Me encantó.

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  3. Me gusto mucho esta historia

    Mauro´s (foro-cualquiera)

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