miércoles, 17 de marzo de 2010

Opiniones I

La Explicación No Debida

El lector es juez de la obra que voluntariamente decide abordar, del mismo modo que el hacedor de la misma es quien ejerce su libre facultad de abocarse a una creación que será juzgada dentro de su propio universo de fantasía; mientras que él o ella, el humilde creador o creadora, procederá a sentarse bajo el foco que encandila al acusado a la de espera una sentencia definitiva. La potestad de la que esas personas hacen uso le quitan al evento en sí mismo todo carácter de depredación, acecho, acoso, así como también elimina la posibilidad de que uno de los sujetos caiga bajo la lastimosa denominación de víctima, y señale, mientras, al otro como cruel y despiadado victimario, autor de la desgracia moral en la que ha caído (siempre y cuando, claro está, la imparcialidad de los actores, cuántas veces ajenos el uno del otro, despoje a todo acto de ser violatorio de los derechos de una persona o grupo). Aclarado el punto en el cual podemos partir de la base de que es nuestra voluntad libre la que nos trae día a día al lugar al cual voy a remitirme, a los hechos a los cuales haré referencia, dado que no me atrevería a afirmar los alcances de la misma libertad en un ámbito que no sea tan acotado, puedo comenzar el análisis al que desde hace un tiempo quería dedicarle unas someras palabras.

Todo escritor, todo creador de una obra la cual pueda adjudicarse enteramente a su autoría, toda creación intelectual, espiritual, de aquella persona que hubiese decidido dedicarse a ese objeto, ya sea como medio de subsistencia, acreedores, estos, de una fama y una popularidad que otorgan el reconocimiento que los admiradores pagan con el dinero que sostiene la actividad que, mientras, para muchos, y por razones obvias de rentabilidad, entre los cuales me incluyo, no será jamás más que un pasatiempo que entrecruce ocasionalmente el interés de personas desconocidas que el ciberespacio reúne, todos nosotros, los amateurs y los padres de los best sellers, somos inventores de esos objetos del pasatiempo ajeno. Y todos nosotros aceptamos, como condición ineludible, cualquier tipo de crítica, buena, mala, destructiva, constructiva, tomamos de ellas lo mejor, e intentamos incluso olvidar de quiénes provienen.

 Pero a veces, el receptor de la obra, el que voluntariamente decide dedicar algo de su tiempo a nuestro trabajo, y más aún, para emitir posteriormente un juicio, transforma a este último en la sentencia implacable que pretende determinar en una sola oración o dictamen la naturaleza del objeto en cuestión y, aún peor, la naturaleza de nosotros mismos.


Es el punto al cual quiero más explícitamente referirme. Aquel que desee que el fruto de su trabajo sea gratuitamente juzgado por el ojo ajeno debe estar dispuesto a recibir una respuesta negativa del público, que será en última instancia, una batalla perdida, una oportunidad para evaluar la reacción que provoca nuestra creación en el mundo, y, dado el caso, adaptar de ahí en más nuestros esfuerzos a los gustos de las personas a las cuales los destinamos, o continuar con nuestra línea ideológica hasta hallar un número de receptores que no por reducido perderá su significancia, o simplemente desistir al darnos cuenta de que necesitamos con urgencia que prospere “ese” que constituye acaso nuestro único o mejor medio para conseguir el sustento económico o el reconocimiento ajeno. Es realmente menester estar preparado para el desagrado que puede expresar el público, o tener al menos la fortaleza de no reaccionar de modo equivocado ante aquellos que solo estén expresando su punto de vista que, al ser contrario al nuestro y ser además una crítica que detrimente, dado el caso, el frágil ego personal que se liga a las palabras que salen de sus bocas, tendrá la tendencia general de producirnos un malestar pasajero, o encender una alerta en nuestra creatividad.

 Pero hay algo que de seguro estaremos aún menos dispuestos a aceptar: que a través de nuestra obra se nos quiera juzgar a nosotros. Ningún pintor deberá ser catalogado de pagano por jugar con las formas míticas, y por lo tanto tan atractivas a la vista, de la ética; ningún actor deberá ser confundido con el papel que le ha tocado interpretar, aún cuando su performance haya sido lo suficientemente magnífica como para hacer nacer en nosotros un odio visceral o un amor incondicionalmente fascinado por sus dotes sobre el escenario o frente a una cámara; ningún músico deberá soportar el pesar de ser eternamente el portador de la psiquis atormentada que una tarde de otoño dio origen a una canción de abatimiento; ningún escritor será autor del crimen que su personaje perpetra en las páginas de la novela que entretuvo al lector que ahora pretende ser detective de la vida real; ningún poeta estará indefectiblemente enamorado por habernos hecho enamorar, aún cuando sus palabras nos suenen tan sentidas y profundas.

 El talento está precisamente en hacerlos dudar por un momento. Lograr que el destinatario del trabajo del artista confunda la realidad con la ficción, se ahogue en ella por unos instantes, disfrute, o no, del mundo que para ellos se ha creado, y sean posteriormente capaces de expresar su desagrado o la identificación que han llegado a sentir a través de la obra. Pero jamás habrá razón suficiente para soportar que nuestra vida privada a través de ficciones sea juzgada. Porque ningún tribunal aceptará una novela como prueba de un crimen, y ni el mismo Dios visitará el alma del que habilidosamente cubrió una catedral de belleza. Del mismo modo que las preferencias de un público heterogéneo no definirán jamás alguna otra arista de la idiosincrasia de las personas que lo componen, más allá de sus preferencias. Nadie será visto a través de aquello que le otorgue el goce de evadir la monotonía de su tiempo libre, por qué, entonces, debemos tolerar ser nosotros los que llevemos como estandarte nuestra creación antes que nuestro mismísimo temple. Somos lo que creamos, un trozo de nosotros queda en esa obra que ofrecemos al mundo, pero no solo, entera y únicamente somos aquello que alguien creyó ver expresarse en ella, ni tampoco lo somos todo el tiempo.

 Y es lo mágico del artista, lo admirable, el logro más supremo para aquellos que diseñamos estas unidades con el fin de que otro las aprecie y emita una opinión al respecto, o sencillamente las disfrute en silencio, hasta que eventualmente, y solo si le apetece, deje de hacerlo; es a lo que aspiramos, la cúspide del prodigio que buscamos alcanzar, el hecho de transformar un instante de nuestra esencia en algo que lo mantenga intacto, que lo haga perdurable; y en el caso del escritor se torna específicamente en la capacidad de hacer creer al lector que la historia que se le está contando es absolutamente verídica, pese a inclusiones monstruosas o extra-terrenales, menuda ventaja del autor de ciencia ficción, menos proclive a que el mundo confunda su realidad personal y privada con la ficción que les transmite. Un segundo de desesperanza, un instante de furia, un enamoramiento pasajero, todo se vuelca en el papel que será enredado con nuestros deseos personales y perpetuados como tales, eternalizados tantas veces como la expresión de nuestra faz invariable. Por supuesto, se utilizan los personajes nacidos a partir de nuestra imaginación para trasmitir algunas ideas, propias, pero, cómo podríamos evitar eso cuando la híbrida naturaleza del hombre se manifiesta para entrecruzar puntos de vista diversos y alejados, si sabemos que siempre hay entre todos nosotros un plano al menos en el cual podemos coincidir. En efecto, esa criatura erigida con el solo propósito de narrar una historia, que es la nuestra y a la vez no, tendrá algo en común con quien la haya creado. También habrá un nexo que en algún sentido, tal vez el mismo que acabo de mencionar, el que lo vincula a su progenitor terrenal, o quizás otro distinto, lo ligue con todos y cada uno de los lectores que han llegado a conocerlo. Y con cada persona en este mundo, porque nadie es portador del privilegio de tener un némesis absoluto, por el contrario, siempre podemos escuchar el eco de alguna de nuestras ideas en alguien de la comunidad.


El logro se transforma en fracaso al oír estas palabras, las suyas, que tampoco son una crítica, sino más bien un laudo pretenciosamente objetivo, con mucho de prejuicio y poco de apreciación personal, pero ¿es adjudicable a nosotros, los creadores? Opino sencillamente que es producto de la estupidez humana, como tantas otras cosas. Desperdiciar la oportunidad de debatir situaciones puestas en abstracto, y emitir una opinión que verse únicamente sobre el objeto que acabás de conocer ¿todo tiene que tener una cara visible? ¿Tiene que ser la cara de un hombre o mujer? ¿Nada existe si ninguno de nosotros lo encarna, si ninguno de nosotros pone un nombre propio a las alegorías que el vulgo empobrecido intelectualmente transformará en confidencias? La revelación que creen ver en donde sencillamente no hay nada tiene una magnitud que me llena de asombro, toda vez que resulta un peligro dar autoría a ciertas obras consideras erróneamente como evidencias del mal juicio del escritor. Pareciera que siempre les es necesario tener a quien culpar, pero no por eso los escritores de novelas policiales son criminales en potencia o asesinos confesos. Lo cual tampoco implica que haya un hecho de connotación negativa que, simplemente por escribir, pueda o deba imputárseles. Los relatos oscuros de narradores famosos no son más que locuciones sublimes de talento que un público sin nada mejor que hacer ha decidido confundir con cartas suicidas, expresiones de última voluntad, o diarios íntimos de un psicópata. En cuyos casos, no me queda más que reconocer el trabajo magistral que han hecho al conquistar el estado de lucidez de este público, que no ha tardado en dudar de las facultades mentales del ilustre desconocido del que han leído un cuento, únicamente para concluir en aconsejarle terapia psicológica.

 Probablemente lo peor que pueda alguien hacerle al prójimo, es juzgarlo sin contar con la competencia adecuada para hacerlo. Para evitar tener que lidiar con eso, muchas personas crean objetos susceptibles de la misma crítica, calificada o no, pero que será una carga que pesará al menos sobre “algo” que no es nosotros, que no es nuestra persona sino ese “algo” que nos pertenece, pero cuya extensión, casi mágicamente, nos excede, y, como el fruto de nuestra misma carne y sangre, tomará vida y destino propios más allá del acto mediante el cual los hemos creado. Algunos, a dichos fines, escribimos. Pero la sociedad está empecinada en seguir caminos psicoanalíticos, cuya avidez nuestras creaciones, sin querer, alimentan.

 Y así seguiremos siendo lo que creen que somos, y cada vez un poco menos nosotros mismos, excepto claro, en la soledad íntima de nuestra conciencia, a la que ellos creen haber podido acceder, como si fuésemos tan ingenuos como para dejarles la llave bajo una maceta en la puerta de entrada, publicada en un libro, en un concurso literario, en un blog.


Dynka, Marzo 2010

5 comentarios:

  1. Hola Dynka. Cómo creo haberte dicho alguna vez, cuando nos enteramos que en este blog ibas a sumar tus opiniones a tus ficciones, estaba esperando ansioso esta faceta de tu creación literaria.

    Me tomo el atrevimiento de hacer un aporte a lo que has escrito, sólo desde el punto de vista del lector que decide compartir su tiempo con alguien que ha escrito algo para otro alguien.

    Toda persona, deseosa de disfrutar del papel de lector en una obra de ficción, debe empezar con un acuerdo tácito entre él y el escritor, inevitablemente. Este acuerdo consiste en aceptar lo irreal de la obra cómo posible, es un guiño entre ambos, algo que ya ha hecho el autor y es necesario del lector, imposible sumergirnos en una obra si le vamos a buscar el punto donde uno no acepte la irrealidad escrita. ¿Cómo podemos aceptar un protagonista como Raskólnikov y sentir su arrepentimiento sin este acuerdo? ¿Cómo viajar allá lejos, en espacio y/o tiempo si no aceptamos nada más que nuestra única y simple percepción de la realidad? ¿Cómo entender la magia en un duende, un genio o un hada?

    Sin este acuerdo, sólo buscaremos una forma bonita de describirnos, y perderemos el interesante mundo de la lectura, nos perderemos esas líneas que alguien imaginó, esas en las que alguien se animó a entender a un ser ficticio, sin intención de redimirlo necesariamente, sólo de describir a quien se encuentra lejano de lo sabido y conocido.

    Valoro yo esta invitación al juego, con su principio y final, ese juego de dos donde el objetivo es que ambos sean ganadores, que sea tan divertido para el receptor leerlo como haberlo imaginado por el autor.

    Y al finalizar la última página, al terminar el juego, volver a lo real, con ese sabor de haber ido del otro lado del espejo, ese que sólo es posible con la imaginación, esa magia del artista que nos hace creer por unos momentos en buscar relojes en un conejo.

    Aquí termina el acuerdo, no busquemos fantasmas detrás de la cortina, no intentemos volar, no nos espantemos con aquelarres y no insultemos a quien interpreta a un villano. A terminado el juego y lo irreal vuelve a ser así.

    Por supuesto, gustos son gustos se dice, y habrá quien se sienta mejor en el abrigo de lo cotidiano, y otros buscarán (buscaremos) a quien se anime a jugar en un tablero nuevo, desconocido, donde las fichas sean unas que no conozca, esa invitación que aquí se presenta con un título, "Ficciones".

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  2. Naza, paso por alto la impresión de que me querés serruchar el piso :o ¬_¬
    pero próximamente, moderación de comentarios que sean más largos que mis publicaciones, o atenten con ser más interesantes >_<
    reglas de la Dynkracia :D

    jajajaja chiiiiste, al contrario, agradezco el aporte, el análisis compartido, etc; solo que hay muchos por aquí que leen y no opinan, vagos!!

    ;)

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  3. jeje, igual te he robado alguna que otra frase aquí jejeje.
    Sabés que va de apoyo ;) y estuve a punto de empezar con un "voy a intentar ser breve", pero bueh, nunca he tenido esa capacidad.
    Gracias a vos por dejarnos disfrutar de tus creaciones literarias.

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  4. Honestidad: Se trata de vivir de acuerdo a como se piensa y se siente. En su sentido más evidente, la honestidad puede entenderse como el simple respeto a la verdad en relación con el mundo, los hechos y las personas.

    -ok. claro el concepto-
    Me gustó leerte dynka, las vueltas (con idas y venidas) muy interesantes.
    Mi sinceridad tiene que ver con que solo leí la primera parte de esta historia que entre las flores de ustedes me termino resultando un encuentro mas interesante que todo lo anterior, perdón nazareno pero sos muy extennnso, prefiero las explicaciones concretas y la libertad de expresión breve.
    ojo!!! no cuestiono nada, pero tenia que decirles la verdad : Por leer tanto enrosque me terminé aburriendo de todo.
    Perdón chicos, soy una tirana.

    tam

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  5. Ah, me olvide de los más importante.
    Tu estilo me gusta :D

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